La prevención de accidentes laborales empieza en la infancia
En el entorno escolar, ocurren el 15% de los accidentes en la infancia, y en una edad en la que se pueden sentar las bases de una cultura preventiva futura. En los centros escolares, transcurre gran parte del tiempo de los menores y, además, realizan actividades, como determinados juegos y deportes, que implican riesgos añadidos a los habituales.
De hecho, un estudio realizado por la Universidad Pública de Navarra con 584 escolares navarros de 8 y 9 años de edad revelaba la percepción, tanto de niñas como de niños, de que son los varones los que padecen más siniestralidad escolar. Así lo creían el 76% de estos estudiantes para quienes las relaciones de convivencia son una esfera que puede desembocar en enfrentamiento con resultado de lesiones. Además, atribuyen a los chicos características personales (“son más brutos, atolondrados o movidos”, según dicen) y conductas de riesgo (pelearse, correr, subirse a las porterías…) para su mayor accidentalidad.
No hay que olvidar que la edad de 8 y 9 años es el momento propicio para adquirir habilidades, actitudes y comportamientos mediante el aprendizaje, a lo que se añade que los estudios epidemiológicos evidencian un aumento de la siniestralidad en esos años.
Ante un accidente, el razonamiento infantil difiere del adulto en cuanto a la interpretación de las causas. Durante la infancia, la conceptualización del accidente no sigue el esquema unívoco de causa-efecto, de tal manera que las respuestas de niñas y niños pueden identificar el resultado del accidente, por ejemplo, una caída, como la causa.
Sin embargo, pese a no tener tan arraigadas las ideas previas, la población infantil sabe identificar los accidentes como problema de salud y se cuestionan los múltiples elementos implicados; en este sentido, relaciona el origen y el tipo de los accidentes con mecanismos de prevención y de ayuda.
Entre estas medidas de prevención destacadas por los estudiantes, sobresalen la regulación de la conducta por una persona adulta, junto a otras como emplear medidas de ayuda generales (vigilancia y apoyo entre pares), arbitrar mecanismos de prevención (vigilancia ante el riesgo) o el desarrollo de valores (respeto, tolerancia y altruismo).
La conciencia de una mayor percepción de riesgo por parte de los niños no conlleva que eviten los peligros o adopten conductas preventivas, lo que abre un potencial de intervención educativa para concienciar, reflexionar y anticipar conductas en este grupo.
Por ello, hay que considerar a la infancia como activo de salud y fuente proactiva generadora de claves para la construcción de entornos escolares más seguros, por lo que las aportaciones de los escolares son un primer paso para desarrollar actitudes proactivas e instaurar programas preventivos. No hay que olvidar que la educación en prevención en los centros educativos sienta las bases de una cultura preventiva en el ámbito laboral futuro.
El desarrollo de competencias de prevención y promoción de la salud es uno de los principales desafíos de la educación actual. Por ello, no solo se trata de potenciar los planes de promoción y educación para la salud, que forman parte del currículo oficial como área transversal, sino elevar la educación para la salud a asignatura en el currículo oficial, y también incluir en todos los centros la figura de la enfermería escolar. En este sentido, el Gobierno de Navarra, dentro de su II Plan integral de apoyo a la familia, la infancia y la adolescencia, ha puesto en marcha un programa piloto de Enfermería Escolar para coordinar las acciones de promoción de salud escolar que se llevan a cabo en los centros educativos de la comunidad. Esta apuesta, cuya ampliación está prevista en los próximos años, permite interconectar las estrategias de Educación para la Salud en la escuela y se incorporan nuevos temas como las nuevas adicciones, promoción de la salud mental, ciberacoso, bienestar emocional, etc.
Este post ha sido realizado por las profesoras de la UPNA Inés Gabari Gambarte (Departamento de Ciencias Humanas y de la Educación) y Raquel Sáenz Mendía (Departamento de Ciencias de la Salud)