Electrolineras: cómo son, cuánto recargan y cuánto tardan

Pablo Sanchís, catedrático del Departamento de Ingeniería Eléctrica, Electrónica y de Comunicación e investigador del Instituto de Smart Cities (ISC), Ernesto Barrios, profesor del Departamento de Ingeniería Eléctrica, Electrónica y de Comunicación y David Elizondo, investigador predoctoral en movilidad eléctrica de la Universidad Pública de Navarra

Foto de Mike en Pexels

Estamos viviendo un cambio de paradigma en la forma en que nos movemos. El transporte está evolucionando hacia una movilidad eléctrica. El coche eléctrico se ha colado en nuestras vidas, aunque solo sea por los numerosos anuncios que se emiten en televisión o por los puntos de recarga públicos que vemos instalarse en nuestras ciudades.

El vehículo eléctrico también se ha colado en nuestro vocabulario con conceptos que hasta hace poco no eran comunes: estación de recarga, carga en modo 3 o en modo 4, conector CCS o CHAdeMO, potencia de carga, etc. Otro término que ha llegado para quedarse es el de electrolinera.

¿Qué es una electrolinera?

Señal de punto de recarga de coche eléctrico
Símbolo de punto de recarga de coche eléctrico.
Oregon Department of Transportation / Flickr, CC BY

El término electrolinera se ha formado, simplemente, por combinación de las palabras “eléctrica” y “gasolinera”. Se trata de una instalación en la vía pública para recargar las baterías de los vehículos eléctricos.

Hay que añadir un matiz: todas las electrolineras están formadas por puntos de recarga. Sin embargo, no todos los puntos de recarga son electrolineras. Por ejemplo, el punto de recarga doméstico que podemos instalar en nuestra plaza de garaje no entra en esta categoría.

Por tanto, la electrolinera ofrece un servicio equivalente al de una gasolinera: mientras que en la gasolinera se llena el depósito con combustible, en la electrolinera se recarga la batería con energía eléctrica.

Para saber fácilmente cómo es una electrolinera con más detalle, podemos empezar imaginando una gasolinera moderna. Ahora, quitamos los surtidores de combustible con sus mangueras y los sustituimos por cargadores con sus propias mangueras, solo que por estas no fluye gasolina o gasoil, sino corriente eléctrica.

Lo que está oculto a la vista también cambia: en lugar de depósitos de combustible tenemos una acometida eléctrica. Como la electrolinera está pensada para ser el equivalente de una gasolinera, sus cargadores proporcionan una carga rápida o ultrarrápida. Es decir, busca recargar en el menor tiempo posible.

La carga rápida es aquella en la que la potencia máxima durante la recarga se encuentra por encima de 22 kW y llega hasta 43 kW (en el caso de carga en corriente alterna, CA) o hasta 50 kW (si el cargador proporciona corriente continua, CC). El otro tipo de carga en una electrolinera, la carga ultrarrápida, es en CC y de mayor potencia, habitualmente por encima de 100 kW.

¿Por qué tiene tanta importancia la potencia?

La potencia de carga es la velocidad a la cual se proporciona energía a la batería. Cuanto mayor sea la potencia, más rápido se cargará la batería del coche. Por ejemplo, si cargamos a velocidad rápida y asumiendo potencia constante de 25 kW, se tarda dos horas en cargar 50 kWh. Si pasamos a cargar a velocidad ultrarrápida, por ejemplo asumiendo una potencia constante de 150 kW, el tiempo de carga se reduce a 20 minutos.

Buscando satisfacer las demandas del creciente parque de coches eléctricos, el desarrollo de las electrolineras aborda dos cuestiones:

  1. Incrementar la potencia de los cargadores. Objetivo: ofrecer al usuario un tiempo de recarga que se acerque al de repostaje de un coche de combustión en gasolinera.
  2. Crear una red de recarga en carretera. Objetivo: que el uso del vehículo eléctrico para viajes de larga distancia sea una realidad. Para ello, las estaciones de recarga deben estar distribuidas por toda la geografía y con suficiente regularidad.

Hay múltiples ejemplos de esta tendencia: la red de supercargadores de Tesla, la red IONITY, la red IBIL y la red de Iberdrola, entre otras. Para hacernos una idea de la magnitud de estas redes de recarga, pongamos números a dos de las más conocidas a nivel europeo:

Estación de recarga con supercargadores de Tesla
Estación de recarga con supercargadores de Tesla.
Paul Brennan/Publicdomainpictures.net
  • La red de supercargadores de Tesla cuenta en Europa con más de 6 000 supercargadores, ubicados en 600 estaciones. De ellas, 35 se encuentran en España, alcanzando un total de casi 250 puntos de recarga. En cuanto a la potencia máxima que un supercargador puede proporcionar, es de 150 kW si es generación V2 y de 250 kW si es V3. Si se recargaran 50 kWh a 250 kW, se tardaría solo 12 minutos.
Puntos de carga de IONITY
Estación de recarga de IONITY.
EV Romandie/Flickr, CC BY-NC
  • La red IONITY es un consorcio creado por los grupos BMW, Ford, Hyundai, Mercedes Benz y Volkswagen. Su objetivo actual es implantar 400 estaciones de recarga en Europa (ya han construido 342). El promedio de puntos de recarga por estación es de seis, que pueden proporcionar un pico de potencia de 350 kW. Si se recargara a esta potencia, se podrían entregar 50 kWh en menos de 9 minutos.

Estos niveles de cientos de kilovatios de potencia son abrumadores. Sin embargo, es importante fijarnos en que son valores pico o máximos. Es decir, el cargador puede entregar esta potencia, pero no lo hace durante todo el tiempo. Como consecuencia, los tiempos estimados antes (12 y 9 minutos, respectivamente) son tiempos mínimos de recarga. En cualquier caso, recargar entre 200 y 250 km de autonomía en menos de un cuarto de hora es impresionante.

Por otro lado, estas infraestructuras de recarga son capaces de proporcionar niveles de potencia superiores a lo que actualmente admite la gran mayoría de coches eléctricos del mercado. Eso sí, muchos de ellos pueden cargarse ya por encima de 50 kW. Algunos, incluso por encima de 100 kW. La razón de sobredimensionar los puntos de recarga en las electrolineras es adelantarse a lo que está por venir.

Movilidad eléctrica a larga distancia

Un buen ejemplo es el de una estación puesta en marcha en la autopista A7 de Alemania en 2020. Consta de 16 puntos de recarga de Tesla con capacidad de 150 kW y cuatro puntos de recarga de IONITY, que pueden entregar hasta 350 kW cada uno. Es decir, la estación puede recargar hasta 20 coches eléctricos simultáneamente.

Puntos de recarga de Tesla
Estación de recarga en la A7 en Alemania.
Geogast/Wikimedia Commons, CC BY

La realidad es que la recarga habitual de los coches eléctricos será en casa, a baja potencia y durante la noche. Las electrolineras tendrán su propio nicho: estarán ahí para los viajes por carretera, para permitir recorrer largas distancias y recargar en el tiempo de un descanso del viaje.

David Elizondo Martínez, Estudiante de doctorado – Movilidad eléctrica, Universidad Pública de Navarra; Ernesto Barrios, Profesor de Ingeniería Eléctrica con especialización en Electrónica de Potencia, Universidad Pública de Navarra y Pablo Sanchis, Catedrático de Ingeniería Eléctrica, Universidad Pública de Navarra

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

¿Cuándo será el coronavirus como un catarro habitual?

Antonio G. Pisabarro De Lucas, catedrático de Microbiología en el Departamento de Ciencias de la Salud y director del Instituto IMAB (Institute for Multidisciplinary Research in Applied Biology-Instituto de Investigación Multidisciplinar en Biología Aplicada) de la Universidad Pública de Navarra (UPNA). Denisse Patricia Rivera de la Torre, profesora de Salud Pública y Epidemiología de la Universidad de Sonora

 

Ilustración de Manuel Álvarez García.

¿Recuerdan qué era la vida normal? De repente, nos hemos visto sumergidos en un mundo peligroso en el que invisibles virus transmitidos por el aire nos amenazan cuando nos encontramos con amigos, cuando tocamos algún objeto o cuando entramos en los locales donde solíamos consumir.

Miramos con suspicacia a las personas que no nos parecen suficientemente prudentes. Sin embargo, en nuestra vida anterior nos movíamos libremente sin mascarillas y nos saludábamos dándonos la mano. Nos abrazábamos y besábamos, compartíamos objetos y vivíamos cerca los unos de los otros.

Si nos hubieran preguntado sobre la distancia social, habríamos pensado en comportamientos huraños, clasistas o, incluso, racistas. Pero, en ningún caso habríamos hablado de estar a más un metro y medio de distancia de los demás cada día.

Un año y medio de pandemia nos ha llevado a pensar que éramos irresponsables y que dábamos demasiadas oportunidades a la naturaleza para que se vengara de nosotros. Ahora nos consideramos culpables de todo lo que nos ocurre y miramos asustados alrededor buscando guías, salidas, confinamientos y otras restricciones. Ahora, en determinados momentos, nos sentimos más seguros cuando estamos aislados.

¿Era un error la antigua normalidad?

Sin embargo, no está claro que nuestra vida normal fuera un error. Los contactos sociales nos permitían reforzar las relaciones entre los miembros de la comunidad. Además, desde el punto de vista microbiológico, nos permitían formar una comunidad de microorganismos que compartimos entre todos los que convivimos en una ciudad o en un grupo social.

Estos microorganismos compartidos estimulan nuestra respuesta inmune, nos permiten estar protegidos frente otros virus y bacterias con los que nos encontramos diariamente. Asimismo, participan activamente en la digestión de los alimentos que consumimos.

No vivimos en una burbuja estéril sino en un entorno cargado de microorganismos con los que, evolutivamente, hemos aprendido a convivir. Nada tiene sentido en biología si no es a la luz de la evolución. Miremos con esa luz nuestra relación con los microorganismos.

¿Quién nos enseñó a comportarnos así?

Parte de ese aprendizaje evolutivo de nuestra especie queda reflejada en nuestro comportamiento. Nos gustaría pensar que nos tocamos, nos besamos, nos acercamos y compartimos objetos por comportamientos decididos racionalmente.

Sin embargo, lo cierto es que todos esos comportamientos han sido seleccionados o tolerados evolutivamente. Son parte de la domesticación de nuestra propia especie. Es decir, con el paso del tiempo, aquellas variantes de nuestra especie mejor adaptadas a vivir en un entorno microbiano dado han sido seleccionadas y han predominado en la población.

Por su parte, las variantes microbianas que mejor podían establecerse en nuestras poblaciones han prevalecido frente a otras más letales que, eliminando al huésped, dificultaban su trasmisión.

A este proceso de coevolución lo podríamos llamar domesticación: domesticación de los humanos y de los microorganismos. Aunque quizá sería más correcto cambiar el término de domesticación (de domus, casa) por el de urbanización (de urbs, ciudad) ya que las comunidades microbianas con las que vivimos son las seleccionadas por nuestra vida en poblaciones cada vez más densas. Por eso, volveremos a nuestra vida normal, pues es la que nos permite vivir mejor en comunidad.

Ciertamente, aparecerán nuevos patógenos más o menos virulentos que se introducirán en nuestra comunidad y producirán nuevas epidemias y pandemias. Es un accidente natural imprevisible que se alza como una gran ola que barre todo lo que encuentra.

Sin embargo, la ola pasará y el mar volverá a la calma. Volveremos a nuestra vida normal porque es el resultado de nuestro proceso de selección: la vida en comunidad parece compensar evolutivamente el riesgo de la aparición de epidemias.

El coronavirus no desaparecerá en la nueva normalidad

Este coronavirus se quedará viviendo en nuestra especie de forma permanente. No cumple ninguno de los supuestos que permitiría pensar en su erradicación. Se trata de un virus adaptado a la población humana con reservorios animales, la enfermedad que produce no tiene un diagnóstico claro y distinto y no disponemos de una vacuna con una eficacia suficiente.

Además, el coronavirus es un virus de ARN que, aunque no es tan variable como el virus de la gripe, es muy variable, por lo que podrán aparecer nuevas cepas que escaparán parcialmente a nuestro sistema inmune y podrán producir oleadas epidémicas de gravedad variable.

No obstante, es de esperar que estas oleadas tiendan a ser menos pronunciadas en el futuro, aunque puedan surgir ocasionalmente nuevas variantes pandémicas como ocurre en el caso de la gripe.

¿Convivirá con nosotros el coronavirus en la nueva normalidad?

Las sucesivas olas de infección a personas vacunadas o que hayan pasado la enfermedad harán que la inmunidad individual y grupal se extienda a toda la población. El coronavirus SARS-Cov2 pasará a ser un nuevo virus de catarro invernal que producirá casos graves esporádicamente.

Esta protección causada por la circulación con baja incidencia del virus en la comunidad inmunizada se producirá cuando volvamos a la vida normal que describíamos al principio de este artículo.

El mantenimiento de las medidas de aislamiento social y otras medidas destinadas a la reducción de la movilidad de la comunidad microbiana con la que convivimos reducirá el efecto protector de esta convivencia. Así, nos hará más susceptibles a los microorganismos que nos rodean y frente a los que estamos protegidos por el contacto esporádico habitual de nuestra vida normal.

El problema fundamental de las pandemias es el colapso del sistema sanitario y del sistema social. Una vez controlada la fase crítica que causa dicho colapso, la vida normal seleccionada evolutivamente durante el proceso de domesticación de la humanidad volverá a prevalecer. Así es como ha ocurrido después de todas las pandemias anteriores que ha sufrido nuestra especie.

Antonio G. Pisabarro, Catedrático de Microbiología, Departamento de Ciencias de la Salud, Instituto de Investigación Multidisciplinar en Biología Aplicada, Universidad Pública de Navarra y Denisse Patricia Rivera de la Torre, Docente en Salud Pública y Epidemiología en la Universidad de Sonora, Universidad de Sonora

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

¿Será la salida de las tropas de EE. UU. de Afganistán el fin de las misiones humanitarias?

Sergio García Magariño, investigador del Instituto I-Communitas (Institute for Advanced Social Research-Instituto de Investigación Social Avanzada) de la Universidad Pública de Navarra (UPNA)

 

Centro de entrenamiento militar de Afganistán.
Imagen de Chris Aram en Pixabay

He de reconocer que el anuncio del presidente Biden de la retirada final de las tropas norteamericanas de Afganistán, prevista entre el 1 de mayo y el 11 de septiembre de 2021, me pilló de sorpresa. Y no es porque no se supiera, ya que, desde el acuerdo de Doha con los talibanes en febrero de 2020, era de dominio público. Es por lo que simboliza: el fin de una guerra interminable y estéril de 20 años y el más que probable ascenso inexorable de los talibanes, a quienes la guerra aspiraba a expulsar definitivamente del poder. Pero, nos preguntamos, ¿será también el fin de las intervenciones internacionales?

Tras el atentado de las torres gemelas el 11 de septiembre de 2001, EE. UU. lideró una intervención en Afganistán, avalada por el Consejo de Seguridad, para expulsar del poder a los talibanes, a quienes acusaba de haber establecido un régimen opaco desde el que Al-Qaeda se organizaba y planificaba atentados.

Esa intervención iba a acompañada de un constructo jurídico problemático para legitimar cualquier acción unilateral de EE. UU.: el ejercicio de la guerra en “legítima defensa” contra el terror.

Los primeros 14 años implicaron múltiples operaciones militares de diversos países y organismos internacionales, como la OTAN, para lograr una derrota por la fuerza. Y desde 2014, el foco se puso en instruir al gobierno y ejército afganos para ejercer el monopolio legítimo de la violencia.

El coste del “monopolio legítimo de la violencia”

Todas estas operaciones han dejado un coste indeleble, tanto en términos de vidas y desplazamientos forzados como económicos. Aunque según las fuentes los números varían ligeramente, se estima que 2 442 soldados norteamericanos y 1 144 soldados del resto de países perdieron la vida. No obstante, si se coloca el foco en Afganistán, los bajas ascienden a más de 45 000 soldados.

Esto ya es cruel, pero lo es mucho más saber que cerca de 47 000 civiles afganos murieron y que millones de personas, incluyendo cientos de miles de niños, han sido desplazados, nacional e internacionalmente.

En cuanto a los costes económicos, y solo por tomar en cuenta un dato, el Instituto Watson para asuntos internacionales y públicos de la Universidad de Brown, considera que el gasto que ha supuesto para EEUU supera los 2,26 billones (millones de millones) de dólares.

El resurgir de los talibanes

Recordemos que el propósito de la guerra era desterrar a los talibanes. Bueno, pues a pesar de que los talibanes nunca se fueron, tras la salida de las pocas tropas internacionales restantes en septiembre de 2021 –alrededor de 3 000, en comparación con las 100 000 que mandó Obama–, con casi total certeza dejarán la periferia para volver a los centros de mando del país.

Estos talibanes siguen siendo los mismos que gobernaron Afganistán con mano de hierro, sobre todo para las mujeres y las minorías, entre 1996 y 2001, con un grado de fundamentalismo poco conocido en la historia moderna.

El hecho de que no hayan atacado a las tropas internacionales desde el señalado acuerdo de Doha parece dotarles de un aura renovada de amistad y compromiso; pero la constatación de que no han cejado en su empeño contra las fuerzas nacionales y los civiles afganos revela que su crueldad persiste.

20 años de dolor y sufrimientos

Este sencillo análisis de costes-beneficios es preocupante de por sí: 20 años de dolor, muerte, sufrimiento y gastos, que se proyectarán hacia el futuro durante varias generaciones, para llegar al punto de partida con los talibanes en el poder. Sin embargo, el problema es mayor si nos adentramos en la psicología talibán y en el relato que legitima su historia: vencimos a los soviéticos comunistas en su día y ahora vencemos al nuevo imperio, a su antítesis, a EE. UU.

Además, su ideología islamista-salafista los coloca en el clímax de una lucha apocalíptica del bien contra el mal, de una yihad por salvar a la Umma, la mancomunidad islámica.

¿Hay algo más poderoso? Al inicio de la guerra, nadie quiso negociar con ellos; en mitad de la confrontación, hubo acuerdos de negociación; ahora son ellos quienes se pueden permitir el lujo de no extender la mano para renunciar a privilegios que pueden lograr por la fuerza.

¿El fin de la acción internacional y de las intervenciones humanitarias?

Los altos costes y bajos beneficios de la intervención en Afganistán, los problemas de la guerra y la acción internacional de 18 años en Iraq, el fiasco de la acción colectiva en Libia para derrocar a Gadafi y los pormenores de la no intervención directa en Siria para detener el conflicto civil plantean una pregunta común: ¿Son efectivas las intervenciones internacionales?

La pregunta está llena de aristas, puesto que genera una gran disyuntiva. La comunidad internacional, asumiendo un compromiso con la seguridad colectiva, no puede quedar impasible ante excesos de los gobiernos contra su población civil o ante una amenaza plausible para el orden internacional. Pero, ¿cómo puede ser eficaz una intervención armada mancomunada, cuando la historia reciente se interpreta desde un fracaso que, además, ha contribuido a aupar a una nueva amenaza, la del Daesh?

Acudamos al mito. Nuestra Ave Fénix, las intervenciones humanitarias, se mueve entre dos cenizas. ¿Por qué no se aleja de los talibanes y se encarna en una comunidad internacional fuerte, bien gobernada y, sobre todo, federalizada? La covid-19 nos recuerda que esa parece la mejor opción. Veamos qué depara el futuro.

Sergio García Magariño, Investigador de I-Communitas, Institute for Advanced Social Research, Universidad Pública de Navarra

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

“Los estándares democráticos del alumnado han aumentado tras el confinamiento ”

Paolo Scotton, profesor del Departamento de Ciencias Humanas y de la Educación de , e investigador del grupo de investigación Educación Holística e Inclusiva (EDHO-I) de la Universidad Pública de Navarra

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Los jóvenes universitarios buscan nuevos espacios para contribuir al cambio social

 

Son más reflexivos y críticos con la información que consumen. Interesadas en la realidad más cercana, la de su pueblo o barrio, pero con la mirada en las grandes cuestiones globales como el cambio climático o la preservación del medio ambiente. Más pesimistas y solitarios. Menos empáticas. Sin duda, la pandemia ha dejado huella en los y las jóvenes universitarias, según se desprende de un estudio realizado entre 177 estudiantes de nuevo ingreso en la Universidad Pública de Navarra.

El filósofo Paolo Scotton ha dirigido el trabajo desarrollado por el grupo de investigación Educación Holística e Inclusiva de la UPNA para determinar el impacto de la reciente pandemia en las competencias democráticas del alumnado de primer curso.

A partir de los datos recogidos, ¿es posible concluir que la reciente crisis ha alterado, en algunos aspectos de forma considerable, algunas de las actitudes democráticas del alumnado universitario?

Sí, el estudio nos ha sorprendido. Contrariamente a lo que cabía esperar antes de realizar la encuesta entre el alumnado de nuevo ingreso, la mayoría de estos cambios parecen a primera vista ser beneficiosos para el desarrollo de una actitud democrática. En particular, estos y estas jóvenes de entre 17 y 21 años dedican más tiempo a analizar la información y realizar una valoración crítica de la misma. A ello habría que añadir que se observa una mayor demanda de transparencia, equidad y justicia que el alumnado exige a las instituciones y representantes políticos. De hecho, revelan que ha habido un incremento de los estándares democráticos fijados por el alumnado.

¿En qué se traducen los cambios que habéis detectado?

Observamos una mayor atención a la realidad más próxima representada por las relaciones sociales de su propio barrio. El alumnado, desde el comienzo de la pandemia, ha madurado una mayor conciencia social en relación con los temas que afectan de forma inmediata a su vida, aunque demuestre escaso interés y solidaridad respecto a aquellas cuestiones que no inciden directamente en su existencia. Les interesa la realidad más próxima, del barrio o el pueblo en el que viven, con la idea de mejorarlo. Muestran, sin duda, más interés, pero de momento no se ha traducido en una mayor participación. Es decir, se evidencia una escasa participación en la vida asociativa de la realidad social en la que viven, y raramente intervienen en asuntos de naturaleza política. En otras palabras, el interés que el alumnado manifiesta por los temas sociales no se ve reflejado, en la práctica, por una experiencia real de participación ciudadana, algo que, por claros motivos, no ha mejorado a raíz de la reciente pandemia.

Habéis observado también un mayor interés por la actualidad…

Así es. Los y las jóvenes muestran un mayor interés hacia la actualidad, no solo porque reciben muchas más noticias, también quieren comprenderlas. Hay un análisis crítico más riguroso de lo que reciben. No se informan solo con la televisión, sino que buscan otros medios. El interés, la curiosidad y la mirada crítica hacia el entorno parece que, gracias a la pandemia, ha mejorado. Asimismo, muestran una visión muy global, sobre algunos temas como la cuestión medioambiental o la calidad de la información. La crisis que vivimos les ha dado la posibilidad de recibir más información, de analizarla críticamente y tomar partido conscientemente.

Otros cambios parecen afectar negativamente al desarrollo de una mejor convivencia democrática

Hicimos la encuesta en noviembre de 2020 y, en ese momento, el aislamiento social, junto con el aumento del tiempo de vida en entornos digitales, había determinado un desplazamiento del foco de atención desde la comunidad hacia la individualidad. Por una parte, esto parece contribuir a una mejor relación con uno mismo y a un mayor autoconocimiento, pero, por otra, parece haber afectado a la capacidad empática del alumnado. Sí, muestran más dificultades para ponerse en la piel del otro, de la otra. Además, afirman llevar una vida más solitaria, más apartada y parece que se están habituando a la virtualidad de las relaciones interpersonales y que, en cierta medida, la consideran una nueva normalidad. Su mirada hacia el futuro es más pesimista. Sin duda, su confianza respecto a la capacidad para conseguir sus propios objetivos se ha visto significativamente menguada. Como es natural, vislumbran un futuro más desalentador en materia laboral y económica.

¿Qué enseñanza nos deja las conclusiones del estudio?

Por un lado, queda clara la necesidad de reconstruir espacios de diálogo, esos espacios de escucha recíproca para imaginar la realidad, porque lo que pensamos no solo nace de la cabeza, si no desde las relaciones que tenemos con las demás personas y con el entorno que nos rodea. Y el estudio nos dice que esas formas de interrelación han cambiado. Pero también detecta la voluntad de la juventud universitaria de hacer algo, ya que muestran preocupación por los temas sociales, pero tienen dificultad de poner en práctica esta intención. Sí, demuestran una voluntad de participación política, voluntad que esta sociedad debería canalizar, cuidar y cultivar. Piden espacios para contribuir al cambio social.

Hay aspectos positivos y negativos, pero es evidente que la pandemia ha dejado una huella en los jóvenes. No sabemos si será a corto plazo, a medio o a largo. Lo tenemos que investigar en un futuro cercano.

EL proyecto ha tenido una segunda parte en la que habéis llevado a la práctica las competencias ciudadanas del alumnado. Con su ayuda habéis dado la posibilidad de imaginar el futuro a colectivos cuya voz apenas escuchamos…

Queríamos desarrollar una actividad de aprendizaje-servicio que nos permitiera legar a colectivos que estaban sufriendo más la situación y estaban poco visibilizados. Niños, personas mayores y personas con enfermedad mental. ¿Cómo podíamos influir positivamente? En esta situación de cambio en todos los aspectos, ¿cómo puede la Universidad conservar su misión social, su misión democrática, su compromiso con el entorno en el que está? Con esta preocupación nace este proyecto. Y nos preguntamos ¿qué imaginamos para el futuro? ¿Podemos imaginarlo todavía? ¿Qué piensan estos colectivos que han sido poco visibilizados? No son trabajadores, no están en el tejido productivo, pero han padecido las consecuencias de la pandemia y apenas han tenido voz propia.

¿Y qué idea tienen del mundo post pandemia?

Se han expresado a través de cartas, conversaciones y obras artísticas. En el caso de los y las más pequeñas han expresado su voluntad de conectar otra vez con espacios abiertos. Buscan y desean movimiento y libertad. También muestran un deseo de volver a conectar con sus mayores. Lo hemos visto expresado en alumnado de primaria del Colegio Público San Francisco y de la Ikastola Paz de Ziganda. Abuelos y abuelas de la Residencia el Vergel sueñan con más contacto físico y cercanía, y echan de menos bailes y actividades lúdicas. Por su parte, los miembros de la Asociación Navarra para la Salud Mental han expresado de forma artística su visión en piezas llenas de colores. Desean dejar atrás el gris en el que estamos para vislumbrar un mundo más colorido, más positivo, una nueva energía.

Descubre más sobre este tema escuchando el podcast en euskera Zientzia puntu-puntuan Zertan dira balore demokratikoak pandemia garaian?

Más información:

• Paolo Scotton , Maider Pérez de Villarreal , Unax Flores Uribe; Pamela Génez Cantero (2021) El alumnado universitario ante la pandemia. Aprendizaje-servicio y compromiso social. Universidad Pública de Navarra. INNTED Congreso Internacional de Innovación y Tendencias Educativas.

• Scotton, P. (2020). Educación universitaria y compromiso social: ventajas del aprendizaje-servicio. En: Dios, I.; Falla, D.; Gómez-López, M.; Nasaescu, E.; Vega-Gea, E.; Calmaestra, J; Rodríguez-Hidalgo, A. J. (Coords.) Libro de Investigaciones del II Congreso Internacional de Investigación e Intervención en Psicología y Educación para el Desarrollo: diversidad, convivencia y ODS. 1 ed. Córdoba: Universidad de Córdoba. p. 276-286.

• Scotton, P. (2021) University as an Engaged Community. Service-Learning as a formative and transformative practice, en Rivista Formazione Lavoro Persona, 11(33), pp. 90-105.

• Santos Rego, M.A., Lorenzo Moledo, M., Mella Núñez, I. (2020). El aprendizaje servicio y la educación universitaria. Hacer personas competentes. Octaedro, Barcelona