Bioestadística: transformando hipótesis en resultados científicos

La bioestadística, definida como la aplicación de métodos estadísticos en las ciencias de la vida, ocupa un lugar de enorme importancia en la investigación médica, debido al papel fundamental que juega en el proceso de convertir la observación, intuición y experiencia de los profesionales sanitarios en resultados científicos contrastados. Podríamos decir que, en investigación clínica, la estadística es una herramienta esencial que permite dar respuesta a preguntas científicas.

Para conocer la función que desempeña la estadística en la investigación médica, repasemos antes el modo de proceder de los profesionales sanitarios en la investigación de enfermedades. Se puede resumir en tres fases. En la primera, observan las características de los pacientes y de sus enfermedades, identifican qué aspectos son desconocidos y merecen ser investigados, y formulan hipótesis que deben ser contrastadas. En la segunda, diseñan un estudio que les permitirá comprobar, a partir de la información que tienen de sus pacientes, si sus hipótesis se corroboran. Finalmente, obtienen resultados y extraen conclusiones que comparten con otros investigadores de su área mediante publicaciones en revistas científicas. Si bien la primera fase es casi exclusivamente biomédica, el uso de la estadística es crucial tanto en el diseño del estudio como en la obtención de resultados. Pensemos en dos ejemplos prácticos: el estudio del patrón geográfico del riesgo de mortalidad por cáncer y el estudio de los factores que influyen en la evolución de los pacientes diabéticos.

Todos nosotros conocemos a personas que han padecido cáncer. Incluso muchos nos hemos alarmado pensando que el número de personas fallecidas por cáncer en nuestro pueblo, barrio o comunidad en un determinado año ha sido muy elevado. Estas mismas cuestiones se plantean también los responsables de la salud pública, que diseñan estudios para investigar, por ejemplo, si existen zonas que tienen un mayor riesgo de mortalidad por alguna causa. Para llevarlos a cabo, utilizan los registros de mortalidad: grandes bases de datos que recogen información sobre los fallecidos como la causa de la muerte, su lugar de residencia, su edad o su sexo. La estadística entra en juego aquí para analizar los datos y transformarlos en información científicamente válida, como, por ejemplo, detectar qué zonas de Navarra tienen un riesgo alto de mortalidad por cáncer. Después de utilizar técnicas complejas, la estadística nos proporciona algo tan sencillo de interpretar como un mapa coloreado indicando las zonas con un riesgo alto de mortalidad en tonos más oscuros. Además, en estos estudios, se pueden incluir otras características del municipio (socio-económicas, ambientales o relativas a la propia atención sanitaria), y valorar si estas tienen relación con el mayor o menor riesgo de mortalidad de algunas zonas, guiando estudios específicos posteriores.

La estadística también está presente en los estudios clínicos. Pensemos en los pacientes con diabetes, una enfermedad que afecta al 10% de la población navarra mayor de 30 años. Conocer de qué factores, además del tratamiento, depende la evolución de estos pacientes es una cuestión de gran interés de la que indudablemente todos ellos pueden beneficiarse. Para ello, la estadística dispone de toda una batería de herramientas que transforman la compleja información procedente de la observación clínica en resultados útiles en la práctica. Es precisamente esta ciencia la que permite determinar si el hecho de tener hipertensión arterial, obesidad o insuficiencia cardíaca puede conducir a un peor control de los niveles de glucosa en sangre, o si practicar ejercicio físico lo mejora.

Por último, merece la pena destacar el papel que juega la estadística en la evaluación de los servicios sanitarios, cuyo objetivo es determinar si la práctica médica está respondiendo de forma óptima a las necesidades de la población, y si lo está haciendo de forma justa, equitativa, eficaz y eficiente. Estos estudios, que generalmente requieren de modelos estadísticos sofisticados, permiten identificar áreas de mejora en la planificación sanitaria, contribuyendo así a proporcionar una mejor atención a la población.

 

Esta entrada ha sido elaborada por Berta Ibáñez Beroiz (Unidad de Metodología de Navarrabiomed, centro de investigación biomédica de la Universidad Pública de Navarra y el Gobierno de Navarra) y Tomás Goicoa Mangado (profesor del Departamento de Estadística, Informática y Matemáticas de la Universidad Pública de Navarra)

 

El lujo en la corte medieval del rey Carlos III el Noble de Navarra

¿Cómo era el día a día de la familia del rey Carlos III el Noble, que gobernó Navarra entre 1387 y 1425, y de su corte? ¿Cómo eran los modos de vida de la corte regia navarra en el período de su mayor esplendor, que se sitúa en el tránsito del siglo XIV al XV?

Para saberlo, hay que fijarse en el ajuar o conjunto de objetos y manifestaciones vinculados a la vida cortesana: tejidos, pieles, ropas, calzado, joyas, piezas de vajilla, armas, etc. Todo él, tanto textil como de materiales preciosos, implica unas formas de vida, unos usos y costumbres de las capas elevadas de la sociedad, y una forma de representar el poder regio ante sus súbditos y los reinos vecinos, es decir, conlleva una escenografía y un ceremonial.

Además, este es el momento en que surge la moda, fruto de los intercambios, contactos y viajes que los monarcas y sus emisarios realizaron. El pequeño reino de Navarra no se quedó atrás y recibió influencias de la moda francesa, inglesa y castellana, al igual que ella también pudo ejercer cierta influencia hacia otros reinos: es el caso de la prenda denominada hopalanda, una vestidura amplia y llamativa, que, con un origen borgoñón, llegó a Navarra y, al parecer, de aquí se extendió a otros reinos peninsulares.

El propósito de la adquisición de todas esas piezas suntuarias se vincula con la manifestación de la realeza misma, con la transmisión de su prestigio y su poder; y con la insistencia en la presencia del monarca en un reino de larga tradición de ausencias regias. Carlos III trataba así de reconstruir la imagen de la realeza con la creación de una escenografía de lujo y boato donde se desarrollaban las ceremonias cortesanas, que proyectaban la propaganda política del monarca.

Lo que el rey Noble puso de manifiesto, algo general a todas las monarquías de los siglos XIV y XV, fue la convicción de que el lujo y la magnificencia eran imprescindibles para declarar la grandeza de la monarquía. Por ello, las diversas ceremonias relacionadas con el rey, como bautizos, bodas, torneos, nombramiento de caballeros, coronaciones y funerales, resultaban el escenario adecuado para mostrarlo.

La arquitectura en la que se circunscriben estas ceremonias (los palacios, catedral, iglesias o calles de las ciudades) presentaba el escenario ideal para representar un espectáculo permanente, ya que era la ocasión perfecta de lucimiento, pompa y exhibición del honor, el rango y la dignidad de cada uno de los miembros de la familia real.

El deslumbrante espectáculo visual de lujo y colorido, además de auditivo, se impregnaba en la retina del espectador: súbditos, mensajeros, diplomáticos y soberanos de otras cortes vecinas. La aparición del rey debía de ser majestuosa y sorprendente.

No hay que olvidar que Carlos III había estado presente en algunas de las ceremonias de la corte francesa, o en las más austeras de Castilla y la Corona de Aragón, y las conocía de primera mano. Este príncipe de sangre Valois, aunque soberano de un reino ibérico, brindaba a Navarra la ocasión de participar en encuentros internacionales, recepciones y fiestas, donde se concentraban y exhibían las modas de las cortes más importantes del momento, con las que estaba emparentado: Valois, Berry, Borgoña y Trastámara.

Desde su llegada al trono navarro, el rey se rodeó de símbolos y ocasiones cotidianas de expresión de esa majestad, que se fueron desarrollando en los espacios que construyó o mejoró para ello, como la Catedral de Pamplona y el Palacio de Olite, entre otros.

Los mercados donde se adquiría el ajuar eran, sobre todo, Zaragoza y Barcelona. Además, el gasto de todos estos objetos suntuarios suponía el 10% del total de los gastos de la corte y aumentaba considerablemente ante la celebración de las principales ceremonias regias, alcanzando el 22,7% en el año de la coronación del rey, en 1390.

Respecto a los artesanos que trabajaron en el diseño y la confección de las distintas piezas, se encontraban algunos de los más afamados artistas del momento venidos de lejanas tierras, lo que demuestra un gran cosmopolitismo en la corte navarra. Es el caso del escultor Johan de Lome, que realizó en la Catedral de Pamplona el hermoso sepulcro de aires franceses del rey Carlos III y la reina Leonor de Trastámara, que marcó un hito en la escultura funeraria navarra. Todos ellos elaboraron un extraordinario arte efímero, que enalteció los actos presenciados por buena parte de los habitantes del reino y de personalidades procedentes de otros lugares.

En definitiva, el vestido y el ajuar doméstico traspasaban la frontera de lo material para adentrarse en el espacio de los símbolos, y, a partir de ahí, se convertían en un instrumento prioritario para mantener a cada uno en su lugar y reforzar la magnificencia del poder real, además de proyectar un mensaje cuyo código era conocido por la sociedad de su tiempo.

 

Esta entrada ha sido elaborada por Merche Osés Urricelqui, doctora en Historia Medieval por la UPNA.