#UPNAResponde/#NUPekErantzun: ¿Qué medidas, a medio plazo, son necesarias para salir fortalecidos de esta crisis?
Responde: Sergio García Magariño, investigador del Instituto I-Communitas (Institute for Advanced Social Research-Instituto de Investigación Social Avanzada) de la Universidad Pública de Navarra (UPNA).
Hoy son muchos los que constatan lo que expertos y organizaciones internacionales de la salud venían alertando desde hace años: la posibilidad de sufrir una pandemia global. La combinación de la hiperconexión, el deterioro medioambiental y las desigualdades sociales y económicas era el caldo de cultivo idóneo. Sin embargo, ese tipo de reflexiones, aunque interesantes, no suelen ser muy útiles para responder ante una situación de alarma que exige lo mejor de nosotros y, sobre todo, acción concertada a todos los niveles.
Las crisis son oportunidades para replantearse los fundamentos de la sociedad y acometer reformas de calado que en otras condiciones no son tan viables. Las grandes crisis pueden extraer lo mejor y lo peor de las personas y de las instituciones. Por ello, es arriesgado pensar que la pandemia, por sí sola, sin una estrategia a medio y largo plazo deliberada, vaya a transformar nuestra política económica y social, a generar nuevos patrones de comportamiento interpersonal y de consumo y a institucionalizar los estallidos espontáneos de solidaridad que se viven. Para salir fortalecidos de este bache y de las consecuencias inmediatas que conllevará en otras áreas diferentes de la salud, se debe hacer una serie de ajustes teniendo en cuenta varios principios relacionados con el medio y el largo plazo. Aquí esbozaré seis.
El primero es la necesidad de avanzar hacia la federalización de la humanidad. Las voces más avezadas se atreven incluso a plantear que es necesario un gobierno mundial, al menos transitorio, para responder ante el coronavirus y sus efectos económicos colaterales. Algo tan sencillo como la provisión de material sanitario básico, máscaras, guantes, tests ha resultado ser inviable a tiempo en ausencia de coordinación internacional. Qué decir de la diseminación del conocimiento técnico, de la canalización de los recursos económicos, del control de los movimientos poblacionales o del envío de personal cualificado de apoyo. Es el momento de avanzar hacia mayores niveles de integración. Las amenazas actuales y futuras, así como la economía, la cultura, la ciencia, las migraciones, son globales; global también ha de ser la política. Es el momento de tener altas miras.
El segundo es la oportunidad de establecer sistemas sociales más cooperativos. La competición como eje de organización social ha agotado su capacidad vertebradora ante un tipo de sociedad más compleja, interconectada e interdependiente. Ante un problema común grave, como este u otros futuros, no se debe permitirse el lujo de estar criticando, cuestionando y oponiéndose a todo lo que hacen otros. Ya sea en el ámbito político entre los partidos o facciones ideológicas, en el ámbito de las relaciones entre sectores de la sociedad —ciudadanos vs. representantes, trabajadores vs. empresarios, lo público vs. lo privado—, en la vida económica —competición entre empresas— o en las relaciones entre los Estados, la idea de que la excelencia y de que el máximo bienestar se logran a través de la competición parece no corresponderse con los hechos. Cooperar, no obstante, exige un proceso de aprendizaje. Si queremos responder con efectividad ante retos complejos como los que indudablemente vendrán, necesitamos echar a andar procesos de socialización rigurosos para rescatar y fortalecer las artes de la colaboración.
El tercero tiene que ver con el modelo económico vigente. Recuperarse del coronavirus no es una cuestión exclusivamente médica. Las sociedades tendrán que lidiar con las consecuencias económicas de este. Por ello, es buen momento para revisar el modelo de desarrollo prevalente. Además de haber traído riqueza en términos totales, ha colapsado el medio ambiente por la relación de explotación con la naturaleza que establece y las pautas de consumo que incita, ha generado grandes desigualdades, ha azuzado conflictos y ha creado un sistema social altamente dependiente —una porción cada vez menor del planeta produce comida para el resto y en zonas cada vez más lejanas de donde se consume— material y cognitivamente. El Club de Roma acaba de lanzar una carta a los líderes del mundo donde encarece a los responsables de las políticas económicas a avanzar hacia un nuevo modelo anclado en la sostenibilidad local, independiente energéticamente de las fuentes combustibles fósiles y sensible ante las desigualdades.
El cuarto está relacionado con la oportunidad de llevar hasta las últimas consecuencias lo que algunos han denominado la «feminización de la sociedad». Feminizar la vida social no implica únicamente abrir espacio para que la mujer entre, en condiciones de igualdad con el hombre, en todas las esferas de la vida colectiva a fin de crear una sociedad más justa para todos —que también—. Conlleva, sobre todo, insuflar en todos los subsistemas sociales —política, economía, derecho, academia, medios, familia…— todas esas virtudes y ese tipo de ética del cuidado que históricamente se ha asociado con la feminidad. De ser así, es probable que las decisiones tanto de alto como bajo nivel tengan en cuenta (a) otro tipo de racionalidad no instrumental sensible a los valores y a las personas, (b) la necesidad de solucionar los conflictos por vías pacíficas o (c) de establecer sistemas donde la armonía en las relaciones —ya sean entre las instituciones, entre las personas y las instituciones y entre las personas y el medio ambiente— sea la norma y no la excepción.
El quinto se relaciona con la relación y naturaleza de los tres actores que históricamente han vertebrado la vida colectiva: el individuo, la comunidad y las instituciones. La relación de ellos ha sido problemática y ha estado marcada por la preponderancia de uno sobre el otro. En las sociedad tradicionales, la comunidad era la entidad más importante y sus normas se imponían sobre las personas. El castigo por lo no aceptación de la norma era la expulsión del grupo o la marginación. Las sociedades modernas se han alejado de las comunidades geográficas y han adoptados formas de vida más individualizadas. Sin embargo, parece que la crisis actual, con la conciencia de fragilidad que ha suscitado, ha puesto de relieve que las comunidades de adscripción (clubes, asociaciones) y las comunidades virtuales no satisfacen completamente ni la necesidad de pertenencia ni de apoyarse mutuamente con consistencia ante calamidades colectivas. Quizá el fortalecimiento de las comunidades geográficas en los barrios, donde se aprenda a cooperar, donde se puedan dar procesos de aprendizaje y donde se puedan experimentar nuevos modelos económicos sostenibles sea una buena dirección.
El último (y probablemente más importante) principio a tener en cuenta para reajustar el orden social de tal modo que sea más resiliente ante futuros impactos económicos, humanitarios, sanitarios, criminales o medioambientales es la institucionalización del aprendizaje colectivo, de sistemas inteligentes de generación de conocimiento que permitan progresar paulatinamente hacia mayores niveles de prosperidad, paz, justicia social y sostenibilidad. Actualmente, la economía es el proceso central de la existencia social. El conocimiento experto de la salud pública ha competido, con mayor o menor éxito, durante la crisis sanitaria con los agentes económicos por imponer una agenda. Esta tensión no se resuelve ni colocando exclusivamente a la salud ni a la economía ni al conocimiento experto técnico en el centro de las decisiones. Si el aprendizaje estuviera en el centro, las decisiones que exigen tener en cuenta múltiples factores, conocimiento experto y deliberación colectiva serían más fáciles. Gran parte del conocimiento que necesitamos para reorganizar la sociedad en la dirección sugerida no se ha generado aún y tiene que ser el resultado de millones de personas e instituciones trabajando por arrojar nuevos aprendizajes que se institucionalicen progresivamente.
Por ello, crear estructuras participativas para el aprendizaje a todos los niveles, donde interactúen el conocimiento experto, la experiencia tradicional propia y las dinámicas culturales autóctonas, dentro de un enclave deliberativo y conectado con una red global, sobresale como el horizonte más relevante, así como desafiante, necesario para salir fortalecidos de esta crisis y responder con resiliencia ante futuros impactos.
Nota: las personas interesadas podrán plantear a investigadores de la UPNA cuestiones relacionadas con el coronavirus o el estado de alarma a través del correo electrónico vicerrectorado.proyeccionuniversitaria@unavarra.es, incluyendo en el asunto #UPNAResponde/#NUPekErantzun.