La «soap opera» del Brexit y su impacto en Irlanda del Norte

Desde que en 2015 Reino Unido decidiera convocar el referéndum sobre la salida de la Unión Europea, la situación ha ido complicándose de manera progresiva. El inesperado resultado favorable a la salida de la UE en el referéndum celebrado el 23 de junio de 2016 ha turbado la situación política en Inglaterra y sus relaciones con los países miembros. Y, además, los altibajos de los últimos tres años han salpicado de lleno a Irlanda del Norte, donde, ya de por sí, los equilibrios políticos son altamente delicados.

A día de hoy, el principal escollo en la larga negociación del Brexit entre Reino Unido y la Unión Europea versa sobre la frontera entre Irlanda del Norte y la República del Irlanda. Se trata de una frontera que ha permanecido en la agenda política de la región desde 1921, momento en el que se dividió la isla. El Alzamiento de Pascua de 1916 dio inicio al proceso de independencia irlandés y este finalizó en 1921 con el Tratado Anglo-irlandés, que definió la división administrativa actual. El Tratado no fue bien recibido por un amplio sector de la sociedad irlandesa y provocó una guerra civil entre 1922 y 1923, en la que se enfrentaron el sector republicano, liderado por el Sinn Fein de principios de siglo, y los sectores políticos favorables al Tratado y la creación del Estado Libre Irlandés (actual República de Irlanda), con Michael Collins a su cabeza.

Esa misma frontera que hace un siglo marcó la historia de Irlanda es la que está generando tanta discordia en la actualidad. Habida cuenta de sus interminables fases y numerosos altibajos, varios analistas ingleses ya definen de forma habitual las negociaciones del Brexit como “soap opera” (telenovela). Simplificando el proceso, podemos concluir que, hoy en día, la discordia radica en si la frontera entre Irlanda del Norte y la República de Irlanda debe ser dura (“hard border”) o blanda (“soft border”). La cuestión no es baladí, sobre todo, si asimismo tenemos en cuenta los acontecimientos de la segunda mitad del siglo XX. A finales de los años 60, los movimientos por la defensa de los derechos civiles de las comunidades negras en Estados Unidos detonaron movilizaciones por los derechos civiles de la comunidad católica y nacionalista (defensores de la reunificación de Irlanda) en Irlanda del Norte. La comunidad católica había sido tradicionalmente discriminada por parte la mayoría protestante y unionista (partidarios de la unión de Reino Unido) a través del sistema de voto conocido como el “gerrymandering” y las políticas de excepción establecidas por parte del Gobierno inglés. Las movilizaciones por los derechos civiles y políticos desencadenaron, entre otros sucesos, el “Bloody Sunday” o Domingo Sangriento (30 de enero de 1972), en el que el ejército británico acabó con las vidas de trece manifestantes en Derry. La escalada de violencia se aceleró y arrancó lo que hoy día conocemos como el conflicto norirlandés o los “Troubles”, un enfrentamiento a varias bandas entre grupos paramilitares unionistas (llamados lealistas), grupos armados republicanos (con el IRA a la cabeza) y fuerzas armadas del Gobierno británico e Irlanda del Norte (RUC). La violencia, que dejó más de 3.500 muertos, finalmente culminó con la firma del Acuerdo de Viernes Santo el 10 de abril de 1998.

A pesar de la firma del acuerdo de paz y sus notorios efectos positivos en la vida política y social norirlandesa, la política interna del territorio ha sido turbulenta en los últimos veinte años. Desde 1998, ha habido numerosas crisis políticas y pequeños picos de violencia. En 2016, además, a esta complicada situación se sumó el Brexit. Tras varios escándalos sobre corrupción en una serie de subvenciones, los partidos de Irlanda del Norte tuvieron que convocar elecciones en marzo de 2017. El Sinn Fein fue el partido más votado en aquella contienda electoral, algo que ocurría por primera vez en la historia de la región, pero, desde entonces, los partidos mayoritarios no han sido capaces de formar gobierno. Y el principal motivo de este desgobierno son precisamente las negociaciones del Brexit.

En junio de ese mismo año (2017), hubo una nueva cita electoral, esta vez para conformar el Parlamento de Reino Unido. El partido más votado en Irlanda del Norte fue el DUP, principal partido unionista (el Sinn Fein no toma posesión de los escaños que obtiene en Londres), y el batacazo del Partido Conservador en Inglaterra hizo que necesitara los diez escaños del DUP para formar gobierno. Así, con el DUP tomando fuerza desde Londres, el Sinn Fein sin poder hacer efectiva su posición de partido más votado en Irlanda del Norte y Theresa May sin alcanzar las mayorías suficientes para sacar adelante sus propuestas de Brexit, Irlanda del Norte se encuentra sumergida en un largo compás de espera político que cuenta con una serie de problemas sobre la mesa que llevan cerca de cien años sin resolverse.

Los partidarios de una frontera dura entre Irlanda del Norte y la República de Irlanda alegan que esta es la solución más adecuada para que el Brexit sea verdaderamente efectivo y se establezcan los controles aduaneros pertinentes entre la Unión Europea y Reino Unido (la única frontera terrestre entre Reino Unido y la Unión Europea sería la irlandesa). Los detractores de la frontera dura, por su parte, argumentan que esta medida iría en contra de los acuerdos de paz de 1998, ya que establecieron una serie de mecanismos de colaboración entre el norte y el sur de la isla. Además, los sectores que apoyan la frontera blanda alegan que la versión dura podría poner el peligro la estabilidad política de la isla e incluso el proceso de paz en sí mismo (ver foto). También manifiestan que el resultado del referéndum en Irlanda del Norte fue mayoritariamente partidario de mantenerse en la Unión Europea. Por su parte, los partidarios de la frontera dura aseguran que este tipo de frontera es esencial para mantener la unidad del Reino Unido, dado que una frontera blanda podría dar lugar a una separación de facto entre Irlanda del Norte y el resto de Reino Unido por las diferencias circunstancias políticas y económicas.

Al fin y al cabo, se puede concluir que las actuales negociaciones sobre la frontera de Irlanda esconden elementos relacionados con varios puntos clave de la historia: nos llevan a la política colonialista inglesa que comenzó en el siglo XVI con la conquista de Irlanda, al arranque de los procesos descolonizadores de inicios de siglo XX, a la integración europea y también al modelo de acuerdo de paz establecido en la década de los 90 tras culminar la guerra fría. Si bien en 2015 la motivación principal para convocar el referéndum sobre la salida de la Unión Europea era el control de la inmigración en Inglaterra en un contexto de crisis económica, el inesperado resultado positivo de la votación ha abierto varios melones políticos que el ex primer ministro David Cameron no calculó adecuadamente. El Gobierno de Theresa May está cada vez más debilitado, la situación política en Irlanda del Norte se ha alborotado (más de un sector opina que la crisis podría desencadenar el referéndum por la unificación de Irlanda a medio plazo) y las relaciones diplomáticas entre Inglaterra y los países miembros, ya históricamente delicadas, no tienen visos de mejorar en un futuro próximo.

 

Esta entrada ha sido elaborada por Amaia Álvarez Berastegi, investigadora del Instituto I-Communitas (Institute for Advanced Social Research-Instituto de Investigación Social Avanzada) de la Universidad Pública de Navarra (UPNA)