#UPNAResponde/#NUPekErantzun: Pasado, presente y futuro frente al COVID-19

Responde: Sergio García Magariño, investigador del Instituto I-Communitas (Institute for Advanced Social Research-Instituto de Investigación Social Avanzada) de la Universidad Pública de Navarra (UPNA).

 

La incertidumbre que se vive a raíz del coronavirus ha sincronizado, en un mismo horizonte temporal, desafíos pendientes de resolver que se han puesto de manifiesto, posibilidades de cambios sociales espontáneos imprevisibles y prescripciones diversas para transformar esta crisis en oportunidad. A continuación, se intentará tejer, entrelazando esas tres tramas relativas al pasado, presente y futuro del COVID-19, una urdimbre coherente que dé sentido al momento que se vive y que haga inteligibles los retos que la sociedad ha de enfrentar sin dilaciones.

Desafíos sin resolver

La crisis asociada al COVID-19 puede verse como un indicador de los defectos del orden social previo. En otras palabras, la «normalidad» que se atribuye al pasado, al mundo pre COVID-19, era una situación inviable que amenazaba la civilización desde muy diversos ángulos. El cambio climático, con los desastres naturales y pandemias inherentes a él, es quizá el signo más claro de unas deficiencias estructurales que hace tiempo tenían que haberse encarado.

Sin embargo, la gestión de la globalización económica tampoco estaba siendo eficiente y estaba produciendo malestar, tanto por las desigualdades que generaba, como por la fractura social que suscitaba y la fragilidad de la cadena de producción y de comercialización en que se basaba. El modelo de desarrollo, por otro lado, era insostenible, ya sea desde el punto de vista de la dependencia energética, del colapso ambiental que estaba propiciando, de la brecha entre el mundo rural y urbano que ampliaba, de la desconexión de la agricultura local, del desprecio de la vida comunitaria geográficamente situada que inducía o desde el de la poca resiliencia que engendraba y la imposibilidad cognitiva de reproducir a pequeña escala, aunque universal, los diferentes procesos de vida.

El envejecimiento de la población, además, suponía un reto para mantener los sistemas de protección social de los países occidentales, unos sistemas de protección que, según la ONU, debían llegar a todas partes del mundo para proteger a poblaciones vulnerables que no se habían beneficiado en absoluto de los avances económicos totales vinculados con el aumento de la productividad global. Las amenazas globales tipificadas por el Consejo de Seguridad, tales como las armas de destrucción masiva, el terrorismo y el crimen trasnacionales, los conflictos armados, los movimientos masivos de poblaciones, seguían acechando al mundo. La robotización de la economía y sus repercusiones sobre la organización del trabajo, la ciencia de los datos, los sistemas de rastreo, la inteligencia artificial o los avances en la investigación del genoma humano conllevaban riesgos imprevisibles en muchos ámbitos de la vida colectiva como el de la libertad, el derecho al trabajo o el rango para la voluntad de actuación.

A estos desafíos antiguos, se le han sumado dos nuevos directamente relacionados con el virus señalado. Primero, la gestión de la crisis sanitaria en sí plantea preguntas para las que todavía no hay respuesta: universalizar los tests diagnósticos, implementar sistemas de rastreo efectivos, por cuánto tiempo mantener las medidas de distanciamiento social (físico), el desarrollo, producción y aplicación masiva de una vacuna, anticiparse a una segunda ola de contagios o equilibrar la seguridad sanitaria y la libertad. Y segundo, amortiguar y resolver la crisis económica que se avecina y que, sin entrar en alarmismos, puede hacer caer el PIB mundial, según las estimaciones del FMI, en un 3% y el español en un 8% en 2020.

¿El experimento social forzado del presente cambiará tanto la vida colectiva?

Durante el período de confinamiento han surgido tendencias sociales, comportamientos espontáneos y dinámicas de vida y de trabajo que podrían alterar la forma de organización social. Predecir ahora si esos cambios serán duraderos o siquiera positivos, probablemente sea pecar de imprudencia. Sin embargo, es útil identificar cuáles son algunas de esas alteraciones de la vida cotidiana que podrían haber llegado para quedarse.

Los patrones individuales de comportamiento han sido ambivalentes, pero han hecho ver pautas no tan patentes anteriormente. Los brotes espontáneos de solidaridad y de altruismo, la conciencia de la interdependencia, la autodisciplina en pos del bien común o la reducción del consumo, sea este de bienes materiales y servicios, de energía o de actividades de ocio, como los viajes, en general, han sido gratamente bienvenidos. Asimismo, los episodios de egoísmo, los conflictos por bienes escasos, la compra compulsiva de ciertos productos, el uso desenfrenado de las redes sociales y el consumo acrítico y desproporcionado de información han sido comunes. ¿Qué tendencia triunfará?

En cuanto a los arreglos institucionales y las políticas públicas para abordar la crisis, han oscilado entre quienes proponían mayor integración y cooperación internacional, mayor solidaridad y multilateralismo, y quienes abogaban por recluirse tras las fronteras nacionales para protegerse. La Organización Mundial de la Salud ha sido gran protagonista, pero también objeto de crítica por su dudosa transparencia y eficacia en la gestión de la crisis en sus etapas iniciales. China ha sido considerada ante la comunidad internacional como la raíz de la crisis y, por tanto, el país a evitar, pero también como la salvadora y proveedora esencial de material sanitario y apoyo logístico. EEUU ha adoptado una actitud unilateral que pone en riesgo su liderazgo mundial de por sí ya deteriorado. ¿Cómo quedará la arquitectura institucional mundial tras la crisis, fortalecida o debilitada?

La comunidad geográficamente localizable (un ente casi desaparecido con la modernidad) ha resultado ser imprescindible, tanto para las dinámicas de apoyo mutuo como para la generación de una resiliencia colectiva que solo se logra con el anclaje de la economía y los procesos de vida básicos en el ámbito local. La conciencia ecológica parece haber avanzado, aunque los imperativos económicos pueden hacer que se disipe. La producción y la comercialización se han alterado, ya que el mito del abastecimiento inmediato sin importar el lugar de producción ha sido desenmascarado. ¿Habrá una reducción de las cadenas de valor y una reubicación de los lugares de producción, para acercarlos a los lugares de su consumo, al menos en el caso de ciertos productos esenciales?

Dicen que la digitalización ha sido uno de los procesos que más se ha acelerado durante la crisis. El teletrabajo se ha implantado sin avisar. La educación ha migrado al mundo online. Las nuevas tecnologías de la comunicación se han usado profusamente, alfabetizando tecnológicamente de forma exprés a millones de personas. Sin embargo, el teletrabajo no siempre ha supuesto mayor conciliación familiar, ya que elimina la separación saludable entre la casa y el trabajo, entre el deber y el ocio, y genera estrés y dificultades de concentración cuando los espacios no son los apropiados o la atención de los niños se vuelve más apremiante. La educación online ha puesto al descubierto las grandes desigualdades entre las familias con conexión y sin conexión, las familias con posibilidad de apoyar a los hijos en las tareas del cole y las que no, las familias con competencias para manejar el estrés y resolver los conflictos pacíficamente y las que no. Asimismo, la sobre exposición a la información y la comunicación online, además de haber paliado la necesidad de un contacto abruptamente interrumpido por el aislamiento, ha traído otras infecciones: las noticias falsas, la posibilidad de ser objeto de robos y estafas, la pérdida de tiempo y estrés por querer responder a todos los que escriben y no poder. ¿Qué ocurrirá después?

La ética del cuidado, la consideración por los ancianos y el aprecio del trabajo en el hogar y de la educación de los hijos parecen haberse fortalecido, aunque los asilos han sido los lugares donde más se han concentrado las muertes; y los hogares, aunque han podido ser objeto de revisión, también han sido las cárceles tortuosas para familias con tensiones y los contextos donde niños y mujeres han vivido la violencia con mayor virulencia. ¿Cuál será el resultado final?

El estatus de las profesiones parece haberse alterado, generándose una nueva pirámide de jerarquías en la que las posiciones superiores son ocupadas por el personal sanitario, los trabajadores de los supermercados, los proveedores de luz e internet, por mencionar algunos. Además, los denominados intangibles en el mundo económico, que antes se situaban en las zonas marginales del discurso público, tales como la solidaridad, la reciprocidad, el altruismo, la cooperación o la confianza, avanzan hacia el primer plano del debate. ¿Será algo pasajero o permanecerá?

Imagen de Gerd Altmann en Pixabay

 

¿Y ahora qué?

Salvo que las manifestaciones espontáneas de afecto, solidaridad y cooperación, tanto individuales como institucionales, den origen a nuevos patrones de comportamiento, de consumo y de relaciones y a nuevos arreglos institucionales, es probable que la inercia social haga que se vuelva al punto en el que se estaba antes de la crisis, y esto, por las razones antes expuestas, sería trágico, ya que el futuro es probable que depare situaciones más graves que esta que requieran de acción concertada. Por ello, aquí se plantean cinco líneas de actuación que podrían ser relevantes para responder a los restos del pasado y para nutrir las tendencias constructivas que han nacido o renacido con la crisis.

A todas luces parece fundamental reforzar los mecanismos de gobernanza global, los sistemas de cooperación multilateral, el sistema de seguridad colectiva de la ONU, con la visión de federalizar las relaciones entre los Estados de forma paulatina. Vivimos en una era global (Albrow) donde todos los procesos sociales se han globalizado, a excepción de la política. Esta pandemia podría (debería) ser el revulsivo para concluir el proceso de integración global y evitar que el catalizador sea una guerra, como lo ha sido en el pasado.

La política económica debería aprovechar la coyuntura para avanzar en lo glocal: visión global, conexiones globales pero acción anclada en lo local. Además, la sostenibilidad ambiental y cognitiva del modelo debería apuntalarse. Es probable que sea necesaria una política fiscal que grave, al menos temporalmente —tal como proponen exaltos funcionarios del Banco Mundial— a aquellos con rentas más altas para mantener los sistemas de protección social principalmente para los más vulnerables. Además, la redistribución de la producción de alimentos, para que no se concentre en pequeños territorios, y considerándose una cuestión de seguridad, se tornan vitales. Es el momento de intentar reformar el modelo de desarrollo para hacerlo más resiliente, circular, igualitario y sensible hacia los más desfavorecidos.

Un aspecto axial, aunque complejo, resulta de la necesidad de redefinir las relaciones entre los individuos, la comunidad y las instituciones al calor de la noción de interconexión, del empoderamiento mutuo y de la reciprocidad. No es cuestión de altruismo, sino de supervivencia. Exige tanto aprendizaje como reformular la noción de comunidad geográficamente situada. La comunidad parece reclamar la posición que le corresponde como espacio de socialización y de apoyo mutuo por excelencia; pero liberada tanto de los tintes opresivos de las comunidades tradicionales como de la virtualidad de las comunidades de adscripción y de socialización en línea.

La cuarta línea de exploración tiene que ver con la universalización de estructuras locales para el aprendizaje interconectadas, unas estructuras donde han de interactuar el conocimiento experto, la cultura y tradición local, y la experiencia, en ambientes de deliberación consultiva. Esto requiere al menos dos ajustes. Por un lado, reemplazar a la economía como eje de la existencia social para establecer a la generación de conocimiento acerca del desarrollo colectivo propio como proceso central de la existencia social; y por el otro, distinguir el conocimiento técnico que se logra mediante la investigación científica y tecnológica, del conocimiento práctico,ético y político sobre cuestiones tales como la justicia, el bien común o el desarrollo, que exigen acción y debate. Este último punto ayudaría a situar el aprendizaje en un punto medio entre la tecnocracia y el populismo, ya que cuestiones de salud pública y de justicia social siempre requerirán del saber experto, pero este nunca agotará las opciones de acción política, como bien expone Joaquín Sevilla. Por último, el aprendizaje así situado facilitaría la superación de disyuntivas artificiales como la preponderancia de la salud sobre la economía y viceversa.

Por último, feminizar la vida social parece más apremiante que nunca. Esto supone la apertura de todos los espacios de la vida colectiva para que las mujeres puedan colaborar con los hombres en la construcción de una sociedad más justa para todos, acercándoles, como Daniel Innerarity señala, a todas las esferas del poder. Sin embargo, además de eso, también exige que algunas facultades que históricamente se han asociado con la feminidad —ya sea por cuestiones de función social, por la trayectoria cultural acumulada o por rasgos inherentes—, se insuflen en todo el cuerpo social y, especialmente, en la vida pública. En una sociedad compleja e interconectada, la empatía, la conversación constructiva, la resolución pacífica de los conflictos, el tacto, la prudencia y sabiduría, el pensamiento holístico, la acción desinteresada, la anticipación y previsión, el intercambio recíproco adquieren una relevancia capital para abordar problemas como los que se han identificado anteriormente.

En definitiva, la situación crítica que se vive, y que se prolongará con mayor o menor intensidad durante un periodo considerable, ha fundido en un mismo crisol tres caminos que conducen hacia un mismo futuro: el de los asuntos pendientes, el de los cambios posibles y el de los ajustes necesarios. De su buen desenlace depende, en gran medida, que esta crisis se torne oportunidad y haga salir a la sociedad internacional reforzada.

 

Nota 1: las personas interesadas podrán plantear a investigadores de la UPNA cuestiones relacionadas con el coronavirus o el estado de alarma a través del correo electrónico ucc@unavarra.es, incluyendo en el asunto #UPNAResponde/#NUPekErantzun.

#UPNAResponde/#NUPekErantzun: ¿Qué medidas, a medio plazo, son necesarias para salir fortalecidos de esta crisis?

Responde: Sergio García Magariño, investigador del Instituto I-Communitas (Institute for Advanced Social Research-Instituto de Investigación Social Avanzada) de la Universidad Pública de Navarra (UPNA).

 

Hoy son muchos los que constatan lo que expertos y organizaciones internacionales de la salud venían alertando desde hace años: la posibilidad de sufrir una pandemia global. La combinación de la hiperconexión, el deterioro medioambiental y las desigualdades sociales y económicas era el caldo de cultivo idóneo. Sin embargo, ese tipo de reflexiones, aunque interesantes, no suelen ser muy útiles para responder ante una situación de alarma que exige lo mejor de nosotros y, sobre todo, acción concertada a todos los niveles.

Las crisis son oportunidades para replantearse los fundamentos de la sociedad y acometer reformas de calado que en otras condiciones no son tan viables. Las grandes crisis pueden extraer lo mejor y lo peor de las personas y de las instituciones. Por ello, es arriesgado pensar que la pandemia, por sí sola, sin una estrategia a medio y largo plazo deliberada, vaya a transformar nuestra política económica y social, a generar nuevos patrones de comportamiento interpersonal y de consumo y a institucionalizar los estallidos espontáneos de solidaridad que se viven. Para salir fortalecidos de este bache y de las consecuencias inmediatas que conllevará en otras áreas diferentes de la salud, se debe hacer una serie de ajustes teniendo en cuenta varios principios relacionados con el medio y el largo plazo. Aquí esbozaré seis.

El primero es la necesidad de avanzar hacia la federalización de la humanidad. Las voces más avezadas se atreven incluso a plantear que es necesario un gobierno mundial, al menos transitorio, para responder ante el coronavirus y sus efectos económicos colaterales. Algo tan sencillo como la provisión de material sanitario básico, máscaras, guantes, tests ha resultado ser inviable a tiempo en ausencia de coordinación internacional. Qué decir de la diseminación del conocimiento técnico, de la canalización de los recursos económicos, del control de los movimientos poblacionales o del envío de personal cualificado de apoyo. Es el momento de avanzar hacia mayores niveles de integración. Las amenazas actuales y futuras, así como la economía, la cultura, la ciencia, las migraciones, son globales; global también ha de ser la política. Es el momento de tener altas miras.

Sociedad

El segundo es la oportunidad de establecer sistemas sociales más cooperativos. La competición como eje de organización social ha agotado su capacidad vertebradora ante un tipo de sociedad más compleja, interconectada e interdependiente. Ante un problema común grave, como este u otros futuros, no se debe permitirse el lujo de estar criticando, cuestionando y oponiéndose a todo lo que hacen otros. Ya sea en el ámbito político entre los partidos o facciones ideológicas, en el ámbito de las relaciones entre sectores de la sociedad —ciudadanos vs. representantes, trabajadores vs. empresarios, lo público vs. lo privado—, en la vida económica —competición entre empresas— o en las relaciones entre los Estados, la idea de que la excelencia y de que el máximo bienestar se logran a través de la competición parece no corresponderse con los hechos. Cooperar, no obstante, exige un proceso de aprendizaje. Si queremos responder con efectividad ante retos complejos como los que indudablemente vendrán, necesitamos echar a andar procesos de socialización rigurosos para rescatar y fortalecer las artes de la colaboración.

El tercero tiene que ver con el modelo económico vigente. Recuperarse del coronavirus no es una cuestión exclusivamente médica. Las sociedades tendrán que lidiar con las consecuencias económicas de este. Por ello, es buen momento para revisar el modelo de desarrollo prevalente. Además de haber traído riqueza en términos totales, ha colapsado el medio ambiente por la relación de explotación con la naturaleza que establece y las pautas de consumo que incita, ha generado grandes desigualdades, ha azuzado conflictos y ha creado un sistema social altamente dependiente —una porción cada vez menor del planeta produce comida para el resto y en zonas cada vez más lejanas de donde se consume— material y cognitivamente. El Club de Roma acaba de lanzar una carta a los líderes del mundo donde encarece a los responsables de las políticas económicas a avanzar hacia un nuevo modelo anclado en la sostenibilidad local, independiente energéticamente de las fuentes combustibles fósiles y sensible ante las desigualdades.

El cuarto está relacionado con la oportunidad de llevar hasta las últimas consecuencias lo que algunos han denominado la «feminización de la sociedad». Feminizar la vida social no implica únicamente abrir espacio para que la mujer entre, en condiciones de igualdad con el hombre, en todas las esferas de la vida colectiva a fin de crear una sociedad más justa para todos —que también—. Conlleva, sobre todo, insuflar en todos los subsistemas sociales —política, economía, derecho, academia, medios, familia…— todas esas virtudes y ese tipo de ética del cuidado que históricamente se ha asociado con la feminidad. De ser así, es probable que las decisiones tanto de alto como bajo nivel tengan en cuenta (a) otro tipo de racionalidad no instrumental sensible a los valores y a las personas, (b) la necesidad de solucionar los conflictos por vías pacíficas o (c) de establecer sistemas donde la armonía en las relaciones —ya sean entre las instituciones, entre las personas y las instituciones y entre las personas y el medio ambiente— sea la norma y no la excepción.

Mujeres

El quinto se relaciona con la relación y naturaleza de los tres actores que históricamente han vertebrado la vida colectiva: el individuo, la comunidad y las instituciones. La relación de ellos ha sido problemática y ha estado marcada por la preponderancia de uno sobre el otro. En las sociedad tradicionales, la comunidad era la entidad más importante y sus normas se imponían sobre las personas. El castigo por lo no aceptación de la norma era la expulsión del grupo o la marginación. Las sociedades modernas se han alejado de las comunidades geográficas y han adoptados formas de vida más individualizadas. Sin embargo, parece que la crisis actual, con la conciencia de fragilidad que ha suscitado, ha puesto de relieve que las comunidades de adscripción (clubes, asociaciones) y las comunidades virtuales no satisfacen completamente ni la necesidad de pertenencia ni de apoyarse mutuamente con consistencia ante calamidades colectivas. Quizá el fortalecimiento de las comunidades geográficas en los barrios, donde se aprenda a cooperar, donde se puedan dar procesos de aprendizaje y donde se puedan experimentar nuevos modelos económicos sostenibles sea una buena dirección.

El último (y probablemente más importante) principio a tener en cuenta para reajustar el orden social de tal modo que sea más resiliente ante futuros impactos económicos, humanitarios, sanitarios, criminales o medioambientales es la institucionalización del aprendizaje colectivo, de sistemas inteligentes de generación de conocimiento que permitan progresar paulatinamente hacia mayores niveles de prosperidad, paz, justicia social y sostenibilidad. Actualmente, la economía es el proceso central de la existencia social. El conocimiento experto de la salud pública ha competido, con mayor o menor éxito, durante la crisis sanitaria con los agentes económicos por imponer una agenda. Esta tensión no se resuelve ni colocando exclusivamente a la salud ni a la economía ni al conocimiento experto técnico en el centro de las decisiones. Si el aprendizaje estuviera en el centro, las decisiones que exigen tener en cuenta múltiples factores, conocimiento experto y deliberación colectiva serían más fáciles. Gran parte del conocimiento que necesitamos para reorganizar la sociedad en la dirección sugerida no se ha generado aún y tiene que ser el resultado de millones de personas e instituciones trabajando por arrojar nuevos aprendizajes que se institucionalicen progresivamente.

Por ello, crear estructuras participativas para el aprendizaje a todos los niveles, donde interactúen el conocimiento experto, la experiencia tradicional propia y las dinámicas culturales autóctonas, dentro de un enclave deliberativo y conectado con una red global, sobresale como el horizonte más relevante, así como desafiante, necesario para salir fortalecidos de esta crisis y responder con resiliencia ante futuros impactos.

 

Nota: las personas interesadas podrán plantear a investigadores de la UPNA cuestiones relacionadas con el coronavirus o el estado de alarma a través del correo electrónico vicerrectorado.proyeccionuniversitaria@unavarra.es, incluyendo en el asunto #UPNAResponde/#NUPekErantzun. 

 

Los enigmas de la radicalización violenta: el caso del salafismo yihadista (y 2)

Ninguna de las teorías descritas en la entrada de la semana anterior sobre las causas específicas que azuzan la acción violenta es totalmente satisfactoria. Mi investigación plantea dos hipótesis. La primera consiste en que es útil diferenciar la radicalización cognitiva de la conductual. Se necesitan historias de vida y análisis exhaustivos de perfiles para encontrar elementos comunes y explicativos en aquellos que optaron por la opción violenta. Elementos tales como una historia previa de violencia, de pequeños actos ilegales que rompen paulatinamente las formas de control social tendrían una relevancia significativa. La segunda hipótesis es que el pensamiento y la acción están conectados en algún punto. Lo que los psicólogos denominan las convicciones fuertes, la toma de conciencia, puede ser el eslabón que conecta el pensamiento y la acción, sobre todo, en aquellos casos donde no hay un historial de violencia. Aquí se desprende un gran área de estudio empírico.

Más allá de las teorías explicativas, se sabe que, en todos aquellos que actuaron con violencia, existían fortísimos sentimientos de agravio, habían experimentado una gran crisis existencial propiciada por algún episodio personal duro, poseían una red de contactos vinculados a la violencia y, la mayor parte de los casos, vivían en una especie de desarraigo triple: de su familia, de la sociedad y de su comunidad religiosa. El nivel de conocimiento religioso suele ser bajo lo que hace que la segunda generación de inmigrantes procedentes de países musulmanes sean especialmente vulnerables. Esto es muy claro en caso francés, el país de la UE que más sufre este fenómeno. Este tipo de jóvenes vive una crisis de identidad, ya que ni sienten que pertenecen a la religión de sus padres ni a la sociedad frances que no les da oportunidades, por lo que optan por versiones radicales, simplistas, que explican muchas cosas con una narrativa diluida pero atractiva y fácil de comprender. Los agentes de radicalización ofrecen una respuesta que dota de sentido a sus vidas, ofrecen un grupo que satisface el deseo de pertenecer a un colectivo, les victimiza, les crea un enemigo externo. Poco a poco se aíslan, son entrenados y desarrollan una especie de paranoia permanente de conspiración. Si, además, hay un pequeño historial de violencia y criminalidad, el proceso se acelera, ya que las dinámicas internalizadas de control social son débiles.

Otra área de estudio fundamental son los indicadores de radicalización violenta. Se pueden diferenciar dos tipos de indicadores: individuales y territoriales. Los individuales pretenden alertar sobre cambios en el físico y el comportamiento de las personas relacionados con la radicalización. En cuanto a los territoriales, buscan generar sistemas de alarma temprana para prevenir atentados. Es conocido el nivel de alerta 1, 2, 3, 4 y 5. España está en nivel 4, aunque la Ertzaintza, por ejemplo, aboga por reducir dicho nivel al 2 o 3, ya que el nivel de alerta exige una serie de medidas legales, políticas y policiales. En cuanto a los indicadores individuales, el pensamiento rígido, el uso de barba larga repentino o la constante referencia a la lucha armada para salvar a los musulmanes del yugo occidental son algunos ejemplos de aspectos que se tienen en consideración.  En cuanto a los indicadores territoriales, los colectivos —musulmanes principalmente, pero no solo— en exclusión múltiple, la existencia de guetos, la identificación de células existentes con capacidad de captación, el incremento de la islamofobia, la presencia de individuos previamente radicalizados o la cercanía a zonas en conflicto son algunos factores que incrementan el riesgo.

Por último, conviene señalar que la prevención es el proceso más importante para combatir la radicalización violenta. Cuando se ha iniciado el proceso de radicalización, es difícil identificarlo y detenerlo. Y cuando la radicalización ha concluido, la desradicalización —otro área importantísimo de estudio— es casi imposible, salvo que haya voluntad. Algunos de los mecanismos de prevención más efectivos son el empoderamiento y la creación de resiliencia en individuos y colectivos vulnerables, dotar de recursos intelectuales y religiosos a los jóvenes, evitar zonas de exclusión en cualquiera de sus dimensiones —económica, social, lingüística, religiosa, normativa—, la educación moral para socialización en valores de convivencia, tolerancia y respeto, el fortalecimiento de comunidades musulmanas que conecten con los recién llegados y los jóvenes, la promoción de contranarrativas lideradas por líderes religiosos que deslegitimen el uso de la violencia desde el islam, políticas mediáticas que eviten los prejuicios y culpabilización de colectivos, la formación del personal de primer acceso, tales como la policía municipal, profesores, trabajadores sociales, familias y comunidades religiosas. A este respecto, las comunidades musulmanas son las más interesadas, porque son las primeras víctimas.

En resumen, un gran ámbito de estudio y de trabajo, importante, pero complejo, ya que las políticas y medidas de abordaje han de utilizar tanto las lógicas de la religión y con las de la ciencia. Es un fenómeno tanto religioso como social, económico y político.

 

Esta entrada al blog ha sido elaborada por Sergio García Magariño, investigador del Instituto I-Communitas (Institute for Advanced Social Research-Instituto de Investigación Social Avanzada) de la Universidad Pública de Navarra (UPNA)

Los enigmas de la radicalización violenta: el caso del salafismo yihadista (1)

A pesar de todo lo que se ha escrito y de la gran cantidad de estudios empíricos, todavía no se conoce bien cuál es el proceso mediante el cual una persona acaba utilizando la violencia con fines políticos y religiosos. De esta forma, tanto el diseño de indicadores rigurosos de alarma temprana como de estrategias de prevención atinadas se tornan tareas extraordinarias; cuánto más el desarrollo de programas efectivos de desradicalización. No obstante, en los siguientes párrafos, voy a intentar desgranar algunos de los puntos de consenso sobre este fenómeno tan popular como desconocido.

Las personas que optan por la violencia con fines político-religiosos suelen ser afectados por una matriz de fuerzas que operan en tres niveles: micro, meso y macro. El nivel micro se refiere a las motivaciones y procesos psicológicos que impulsan a la persona hacia la violencia. El nivel meso describe las dinámicas que se dan en el entorno cercano de la persona que facilitan la radicalización violenta. Por último, el nivel macro apunta a las grandes cuestiones sociales y económicas, a los conflictos geoestratégicos, a las narrativas y el contexto mediático, así como a la existencia de ideologías y organizaciones que puedan canalizar la acción y el pensamiento violento hacia fines político-religiosos.

Se suele decir que las motivaciones que conducen a la persona hacia el Daesh o Al-Qaeda oscilan entre elementos racional-estratégicos —la lucha terrorista es la vía más efectiva por nuestra capacidad y tamaño—, emocionales —tanto sentimientos de agravio como deseo de reconocimiento o fascinación por lo exótico y la violencia—, identitarios —mi padre, mi hermano, mi amigo también se han unido— y normativos —hay que unirse a la lucha armada porque es un deber religioso—. Muchas veces estos se combinan.

En cuanto al nivel meso, la persona que se une al Daesh o a Al-Qaeda en Europa suele hacerlo después de entrar en contacto con una célula y un agente de radicalización, suele tener una red personas que ya están implicadas de alguna manera y puede que viva en un contexto social donde se exacerba el sentimiento de agravio, la exclusión real o percibida y donde se socializa en unos valores alternativos conectados con el salafismo yihadista. La radicalización, al menos en España, se da de arriba abajo y no de abajo arriba, a pesar de que se ha difundido la idea de que las personas se radicalizan solas por internet. Internet y las redes son el soporte o material de apoyo.

El nivel macro implica cuestiones que permiten dar cauce a la opción por la lucha armada y que azuzan la radicalización, ofreciendo justificaciones para los agentes de radicalización. En otras palabras, la radicalización salafista-yihadista requiere, de forma imprescindible, de la existencia de organizaciones como el Daesh y Al-Qaeda, de la expansión de la ideología político-religiosa del salafismo-yihadista, de unos medios de comunicación que den publicidad, de conflictos armados o intervenciones unilaterales que faciliten la justificación de su proceder por parte de los grupos terroristas, por mencionar algunos. Algunos otros factores macro característicos de las sociedades occidentales y que facilitar la radicalización hacia el salafismo-yihadista son el excesivo Individualismo, la polarización, el consumismo, la secularización y la consecuencia falta de sentido, las políticas centradas demasiado en las labores de defensa —o publicitadas como tales— o las políticas discriminatorias.

A partir de aquí, el consenso se vuelve más frágil. El perfil quizá sea el aspecto que permita mayores acuerdos, ya que simplemente supone elaborar una media sobre categorías tales como sexo, edad, origen nacional, nacionalidad, nivel educativo, estatus socioeconómico, lugar de residencia o tiempo de radicalización, para todos aquellos acusados, por ejemplo, de pertenencia a grupo armado o de enaltecimiento del terrorismo. Aquí, sin embargo, viene bien diferenciar entre quienes han atentado o intentado atentar en su país de residencia y quienes han viajado a Siria o Irak para unirse al Daesh. Los datos varían un poco entre los diferentes países de Europa y todavía lo hacen más si se toma como referencia Arabia Saudí, Marruecos, Pakistán o Argelia. El Real Instituto Elcano elabora un buen perfilado para el caso de España cada dos años, pero baste mencionar que el perfil es de hombres, jóvenes, nacionales, pero procedentes de familias de origen de países árabes, clase media-baja, con familiares o amigos previamente radicalizados, disidentes de la religión de sus padres que adoptan el salafismo-yihadista de manera casi abrupta…

En cuanto a las causas específicas que azuzan la acción violenta, no se sabe con certeza. Existen varias teorías científicas explicativas, pero la mayoría han sido de una u otra forma contradichas por la tozuda realidad; en términos científicos: falsadas. En aras de ser didácticos, se podría decir que hay tres tipos de teorías. Las teorías secuenciales o de escaleras progresivas; las teorías piramidales; y la teoría de doble pirámide. El primer tipo de teorías plantean que la persona asciende desde un pensamiento y comportamiento normal hacia un pensamiento radical, hasta que finalmente justifica la violencia y, finalmente, decide actuar. Las teorías piramidales toman a grandes colectivos y plantean que en la base habría mucha gente que puede simpatizar con la lucha armada del movimiento de liberación islámico internacional. Un poco más arriba aquellos que justifican la violencia y, progresivamente, a medida que el número de personas se reducen, tendríamos a quienes actúan con violencia. Finalmente, debido a la evidencia empírica de que solamente una porción muy muy pequeña de quienes justifican la violencia deciden actuar y actúan, ha surgido otro tipo de teorías que disocia la radicalización cognitiva, del pensamiento, y la radicalización conductual. En otras palabras, se pone en cuestión que el pensamiento radical, por sí solo, conduzca a la violencia y, por tanto, se intenta explicar la radicalización cognitiva, de un lado, y la radicalización violenta, conductual, por el otro. La radicalización conductual comenzaría con pequeñas acciones, tales como la difusión de panfletos o la contribución a la propaganda a través de internet. Seguiría con labores de captación hasta eclosionar en la planificación y comisión de atentados.

 

Esta entrada al blog ha sido elaborada por Sergio García Magariño, investigador del Instituto I-Communitas (Institute for Advanced Social Research-Instituto de Investigación Social Avanzada) de la Universidad Pública de Navarra (UPNA)