Arantxa Bujanda Sainz de Murieta , profesora ayudante del Departamento de Ciencias de la Salud de la Universidad Pública de Navarra (UPNA)
Tiempo de lectura: 1 minutos
Al contrario de lo que muchas personas creen, el control de la diabetes no se limita únicamente a la alimentación y a la administración de insulina antes de cada comida.
Imaginemos el cuerpo humano como un vasto parque de atracciones, con sus sistemas biológicos trabajando en armonía para mantenernos siempre en movimiento.
Entre otras causas, esta armonía puede quebrarse por un déficit de insulina, hormona esencial para la supervivencia. Sin ella, la glucosa se acumula en la sangre y no puede entrar en las células de nuestro organismo para producir energía.
Las razones de esa carencia pueden ser variadas. En algunos casos, los responsables son los anticuerpos, pequeñas proteínas del sistema inmunitario que, en vez de protegernos contra invasores externos, se rebelan contra el propio organismo, atacando a las células del páncreas y desencadenando la diabetes tipo 1.
No se trata del tipo de diabetes más común, pero su impacto es significativo. Afecta actualmente a casi 9 millones de personas en el mundo, y se estima que la cifra se duplicará en los próximos 20 años.
¿Qué está impulsando este aumento si, a pesar de que la causa no está clara, ya se ha establecido que no tiene nada que ver con hábitos de vida poco saludables? Pues aunque parezca paradójico, se trata de una tendencia positiva: en gran medida se debe a la reducción de la mortalidad prematura en países de bajos ingresos.
Un constante vaivén
El día a día de las personas que conviven con diabetes de tipo 1 puede asemejarse a un constante vaivén en una montaña rusa de altibajos glucémicos. Por ello, es importante conocer todos los factores que influyen en el manejo de la enfermedad.
En un páncreas sano, la liberación de insulina se desencadena automáticamente en respuesta a niveles elevados de glucosa en la sangre, manteniendo dichos niveles estables incluso después de una comida rica en azúcares. Sin embargo, en el caso de sufrir diabetes tipo 1, las personas diagnosticadas deben administrar esta hormona a través de inyecciones o mediante un sistema de infusión continuo, lo que requiere un cálculo preciso de la dosis necesaria.
Este cálculo depende de múltiples factores, y algunos de ellos –sobre todo, la alimentación– pueden resultar desafiantes. En particular, los hidratos de carbono ejercen una influencia significativa en los niveles de glucosa; por eso es fundamental contar con métodos precisos para medirlos, ya sea a través de la lectura de etiquetas nutricionales, el pesaje de los alimentos o la cuantificación por volumen.
Hay otros factores que también impactan en la glucosa, como el orden de las comidas, los alimentos con los que se combinan o el índice glucémico del producto, que determina la rapidez con la que la comida eleva los niveles de glucosa.
Dicho índice puede verse reducido por la cantidad de fibra presente en el alimento, la retrogradación (técnica que crea almidón resistente al dejar enfriar el alimento) y la gelatinización (que ocurre cuando la comida no se cocina en exceso, permitiendo que el almidón no pierda su estructura). Por ejemplo, consumir una ensalada antes de un plato de arroz integral, cocido el día anterior y al dente, ralentiza la absorción de glucosa.
Y no solo eso: las proteínas y las grasas también elevan la glucosa, aunque lo hacen en menor medida y de manera tardía, generalmente de 3 a 6 horas después de su ingesta. Sin embargo, aún no existen pautas claras para que una persona con diabetes contabilice estos nutrientes.
Giros inesperados
Al contrario de lo que muchas personas creen, el control de la diabetes no se limita únicamente a la alimentación y a la administración de insulina antes de cada comida.
Por ejemplo, ¿qué sucede cuando una persona con diabetes realiza actividad física? Depende. Si se trata de un ejercicio efectuado a intensidad moderada durante un período prolongado (como correr, nadar o andar en bicicleta), la glucosa en sangre disminuye. En cambio, cuando es de alta intensidad y durante poco tiempo (como levantamiento de pesas o sprints), la glucosa aumenta.
Además, hormonas como la adrenalina y el cortisol, que se liberan en situaciones de estrés, proporcionando energía adicional a los músculos y al cerebro para estar alerta y listos para actuar, también generan subidas de glucosa inesperadas.
Tomando las riendas
Considerando todos estos aspectos, las personas con diabetes tipo 1 tienen que tomar numerosas decisiones en su día a día sobre el manejo de su enfermedad.
Como los vagones de una atracción que suben y bajan, el cuerpo experimenta momentos de hiperglucemia (elevación de la glucosa en sangre) e hipoglucemia (disminución de la glucosa). Son cambios bruscos que pueden afectar al organismo y traer consigo complicaciones a largo plazo como problemas oculares, renales o de circulación.
La buena noticia es que la incidencia de estas consecuencias se ha conseguido reducir gracias a mejoras en la atención y el tratamiento, la gestión de factores de riesgo y el apoyo social, familiar y profesional. De hecho, la mejora de la esperanza de vida tras el diagnóstico de esta enfermedad representa uno de los éxitos clínicos y de salud pública más importantes de las últimas décadas.
En este contexto, proporcionar una educación diabetológica de calidad es la clave para que las personas con diabetes alcancen una vida plena. Con una comprensión adecuada del funcionamiento de su cuerpo, se vuelve más sencillo manejar sus niveles glucémicos incluso en los momentos más desafiantes.
En definitiva, se trata de transformar el vertiginoso viaje en montaña rusa en un apacible paseo, dejando las emociones intensas para las atracciones de feria.
Arantxa Bujanda, Enfermera especializada en diabetes, Universidad Pública de Navarra
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.