Movimientos revolucionarios colombianos: ¿hubo radicalización violenta o captación forzosa?

The ConversationSergio García Magariño, investigador del Instituto I-Communitas (Institute for Advanced Social Research-Instituto de Investigación Social Avanzada) de la Universidad Pública de Navarra (UPNA)

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Quienes viven en entornos rurales suelen estar más arraigados e integrados en comunidades. Por ello, los grupos guerrilleros adoptan una narrativa que conecta con esa realidad. Ellos plantean ser los únicos verdaderos defensores de la comunidad.

El conflicto colombiano es tan popular como complejo. Además, el estudio empírico de las formas de reclutamiento y de los procesos de radicalización violenta hacia los diferentes grupos armados, principalmente las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN), no ha estado exento de dificultades. Algunos académicos incluso han planteado que la noción de radicalización violenta no sirve para ese contexto, puesto que la incorporación a los grupos armados sería el resultado de un reclutamiento forzado o forzoso.

Sin embargo, quienes se han acercado al conflicto desde enfoques etnometodológicos plantean un panorama distinto. Aseguran que, aunque pudiera haber casos de reclutamiento forzoso, gran parte de los jóvenes que se unían a las FARC, al menos en las últimas etapas, lo hacían por la convicción de que la lucha armada era la única vía que les quedaba a los campesinos para reivindicar sus derechos, especialmente los relacionados con el uso de la tierra. Incluso, intentan desmitificar la noción de que quienes se unen a las FARC lo hacían por una expectativa económica. No niegan la adquisición de estatus como elemento motivacional para algunos jóvenes, especialmente frente a los no campesinos, pero rechazan la tesis de la oportunidad económica.

Al analizar el proceso de adhesión al otro grupo guerrillero más popular de Colombia, el Ejército de Liberación Nacional (ELN), de naturaleza eminentemente urbana, suele haber más apertura para aplicar la noción de radicalización violenta. Según el Center for Internacional Cooperation and Security (CICS) de la Universidad de Standford, sus orígenes, vinculados a movimientos estudiantiles y religiosos, así como algunos de sus fundadores y líderes históricos, han hecho que se le considere un grupo altamente ideologizado que combinaría el marxismo-leninismo y la teología de la liberación. En cuanto al perfil de los militantes, con el tiempo ha ido cambiando. De tener una militancia estudiantil, sindical y religiosa, ha pasado a engrosar sus filas explotando dos canteras: la ola de refugiados venezolanos y disidentes de las FARC.

Las vías de adhesión

Tras esta breve exploración de las FARC y el ELN de Colombia, se aplicará al caso la teoría esbozada en Violencia, política y religión: una teoría general de la radicalización violenta. Aunque el perfil de los militantes de estas dos organizaciones y las sendas que han conducido a las personas a unirse a las mismas sigue siendo un tema que requiere mayor estudio empírico, se podrían tipificar las supuestas vías de adhesión de la siguiente forma: captaciones forzosas, la convicción de que la lucha armada es la única vía para reivindicar los derechos campesinos, defender a los pobres con armas aduciendo interpretaciones religiosas, la búsqueda de incentivos económicos, deseo de estatus, lograr la justicia social mediante la lucha revolucionaria y encontrar sentido a través del activismo juvenil.

Estructura moral

Tal como se puede observar, menos en el caso del reclutamiento forzoso, donde no existiría un acto voluntario de radicalización, los otros pueden desglosarse a la luz de las nociones de estructura moral y de comunidad de propósito.

En cuanto a la estructura moral, esta tiene diferentes componentes que operan de forma sincrónica y sofisticada: conceptos, pautas de comportamiento, competencias de control emocional, motivaciones que dan dirección al propósito, análisis de las consecuencias de diferentes opciones, lenguaje.

En relación a los conceptos, en todos los casos señalados habría algunas nociones que se han interiorizado. Considerar que la lucha armada es la única vía para defender los derechos campesinos, por ejemplo, es una concepción. Asimismo, la adopción del marxismo-leninismo revolucionario como ideología política o acercarse, doctrinalmente desde una perspectiva religiosa, a la teología de la liberación (que incluye el uso de la violencia con fines políticos) implicaría también la interiorización de conceptos. Incluso quien se une a las FARC por incentivos económicos mantiene un concepto, aunque implícito, de que cualquier trabajo, aunque entrañe daño a otros y uso de la violencia, es legítimo, puesto que la búsqueda de la subsistencia individual y familiar sería un fin para el que todos los medios estarían justificados.

Algo similar puede decirse de quien busca estatus o protección uniéndose a la guerrilla: todo vale, con tal de tener reconocimiento y protección y de ganarse el respeto.

Las pautas de comportamiento, sentimiento y pensamiento, interiorizadas mediante procesos de socialización, también jugarían un papel importante, puesto que un número mucho más grande de personas que de militantes mantendría convicciones similares a las anteriores, pero un porcentaje muy pequeño decide dar el paso de la acción violenta. Aquí, quienes han experimentado procesos de mayor violencia (intrafamiliar, entrenamiento de artes marciales o militar, criminalidad) o tienen familiares, amigos y vecinos previamente radicalizados con quienes mantienen lazos estrechos, tendrían mayor probabilidad de dar el paso. Para ellos, la violencia no solo está justificada, sino que es familiar y saben ejercerla.

Las competencias de control emocional, la capacidad de analizar las consecuencias de diferentes cauces de acción y la posesión de un lenguaje rico para poder reflexionar con profundidad también son esenciales. Quienes no pueden controlar sus emociones, especialmente la ira, son menos introspectivos y tienen menos recursos cognitivos para reflexionar, dan el paso con mayor facilidad ante circunstancias similares. Los jóvenes estudiantes, por ejemplo, que sienten un resentimiento abstracto ante un enemigo idealizado (demonizado) son más vulnerables, sobre todo cuando no tienen conceptos o valores fuertes que deslegitiman el uso de la violencia.

Vinculación a una comunidad de propósito

En un segundo nivel se puede identificar con claridad también el papel que juega la vinculación a una comunidad de propósito. La radicalización hacia los grupos guerrilleros de Colombia no se produce en un vacío relacional, sino que acontece en grupo. La individualización de la vida colectiva y el desarraigo es más fuerte en los núcleos urbanos que en los rurales de Colombia. Por ello, los movimientos estudiantiles, sindicalistas y religiosos son una cantera importante para generar identidad y propósito y entrenarse en las dinámicas de la acción colectiva.

Los grupos radicalizados, además, proporcionan un entorno de mayor cohesión interior y sensación de solidaridad. La individualidad se difumina. Por ello, quienes adoptan una estructura moral más proclive a la violencia, cuando encuentran un grupo al que integrarse, canalizan más fácilmente su deseo de acción. Asimismo, la pertenencia a estos grupos moldea la estructura moral para legitimar la acción violenta. Los jóvenes, que se encuentran en una disponibilidad biográfica que favorece el activismo, por carecer de otros compromisos conyugales y familiares, son más fáciles de captar que los adultos con familia.

Quienes viven en entornos rurales suelen estar más arraigados e integrados en comunidades. Por ello, los grupos guerrilleros adoptan una narrativa que conecta con esa realidad. Ellos plantean ser los únicos verdaderos defensores de la comunidad. Estas referencias se acercan a las de los grupos yihadistas, cuando sostienen que actúan en nombre de la Umma imaginaria, de la comunidad de fieles transnacional.

Por ello, unirse a un grupo guerrillero desde una zona rural campesina también se relaciona con la inclusión dentro de una comunidad de propósito de la que extraer sentido, entrenamiento, reconocimiento, fuerza e identidad. De hecho, las zonas rurales han experimentado un proceso de erosión cultural como consecuencia de las fuerzas procedentes de la modernización, por lo que las propuestas que incluyen la pertenencia a un grupo y la provisión de identidad adquieren gran importancia.

Sergio García Magariño, Investigador de I-Communitas, Institute for Advanced Social Research, Universidad Pública de Navarra

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

La exclusión social, una bola que crece en España con cada crisis

Miguel Laparra Navarro, profesor titular del área de Trabajo Social y Servicios Sociales e investigador del I-COMMUNITAS – Institute for Advanced Social Research de la Universidad Pública de Navarra

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La “desconexión digital”, que afecta a uno de cada tres hogares, la mayor parte por falta de habilidades para el manejo de los dispositivos, es el nuevo proceso de exclusión social más relevante de este cuarto de siglo: es el nuevo analfabetismo del siglo XXI, que explica esa evolución en el mercado de trabajo.

¿Es hoy más difícil salir de la exclusión social? Es la pregunta que nos hacemos y que respondemos con un rotundo sí. Después de dos crisis intensas, la financiera de 2008-2014 y la de la Covid-19, y la irrupción de la última crisis, la de la inflación, se constata que el impacto sobre la exclusión social en España crece. De hecho, si la exclusión severa afectaba al 6,3 % de la población en España en 2007, ese porcentaje se duplica hasta un 12,7 % en 2021, afectando a 6 millones de personas.

Son datos que, ya en la primavera del 2022, apuntaba el informe de la Fundación Foessa. Se trata de la aproximación estadística al fenómeno de la exclusión social en España más completa que existe y que analiza, a través de 37 indicadores, no solo sus dimensiones económicas (los ingresos, el empleo o el consumo), sino también los derechos de ciudadanía (políticos y sociales, como educación, salud o vivienda) y las propias relaciones sociales interpersonales (situaciones de aislamiento y conflicto social). Toda una innovación metodológica en la que participa la Universidad Pública de Navarra y una buena herramienta para radiografiar la sociedad española en este largo periodo de crisis sucesivas.

Evolución del porcentaje de población en exclusión severa

Evolución del porcentaje de población en exclusión severa.
Fuente a partir de EINSFOESSA 2018 y 2021 (página 603)

¿Cómo nos han afectado las crisis vividas?

En resumen, mal. La reducción de la actividad económica a partir de 2008 se trasladó al desempleo y sus efectos sociales se vieron agravados por las políticas de austeridad y los recortes sociales, el llamado “austericidio”. La crisis de 2020 fue más intensa en reducción del PIB (una caída del 11 %), pero afectó menos al empleo (1/5 parte que la anterior) gracias a las políticas públicas y, de forma muy especial, a los ERTE, que llegaron a 3,5 millones de trabajadores, y a las ayudas a 1,5 millones de autónomos, que salvaron la inmensa mayoría de estos empleos.

Sin embargo, otras medidas para la población más vulnerable, como el Ingreso Mínimo Vital o las moratorias en alquileres e hipotecas, tuvieron mucho menor impacto del previsto.

Actualmente, hablamos ya de una tercera crisis, de naturaleza energética preferentemente, que se plasma en el aumento generalizado de los precios, especialmente de algunos productos básicos como la energía, la alimentación o la vivienda, que hacen que los hogares más vulnerables no puedan afrontar los suministros y se vean en situación de pobreza después de pagar el alquiler o en riesgo de pérdida de la vivienda o de un desahucio.

Nos encontramos sumidos, pues, en una dinámica en la que crisis económicas sucesivas generan un fuerte impacto que pone en riesgo la cohesión social. A lo que hay que sumar que, en los periodos de recuperación intermedios, no se han logrado superar los problemas generados y recuperar los niveles de igualdad y de integración social. Se ha producido así un efecto “bola de nieve” que hace que nos enfrentemos cada vez más a procesos de exclusión social no solo más amplios, sino también más intensos, con más acumulación de problemáticas diversas en los hogares, y más prolongados, con riesgo de cronificación.

Solo si somos conscientes de estos cambios y enfrentamos la cuestión con la prioridad que merece, mejorando la calidad de las políticas de inclusión, estaremos en condiciones de revertir esta perversa dinámica.

La transformación tecnológica pasa factura

Obviamente, cada crisis tiene su propio perfil. La crisis de la Covid-19 afectó de forma especial a diversos aspectos sanitarios. El 40 % de la población expresaba que su estado de ánimo había empeorado con la pandemia y quienes manifestaban tener problemas de salud mental habían pasado del 11% en 2018 al 14 % en 2021. Además, la proporción de hogares que no compraban medicinas o prótesis que necesitaban, o dejaba tratamientos o dietas, pasó del 9 % al 15 % en esa crisis.

Pero más allá del impacto de cada crisis, a partir de los análisis de la Fundación Foessa también pueden verse otros factores constantes que muestran sus efectos en el largo plazo. La gran transformación tecnológica, basada en la digitalización y las tecnologías de la información, se intensificó con la pandemia. Y este proceso, a pesar del discurso oficial, sí esta dejando gente atrás.

Los empleados menos cualificados tienen cinco veces más probabilidades de perder su puesto que los profesionales y técnicos. Y, una vez en el desempleo, es más difícil volver al trabajo: si en 2007 el 50 % de los parados encontraban un empleo antes de un año, en 2020 ese porcentaje se reducía al 29 %, y de ahí el aumento de la proporción de desempleados de larga duración.

La “desconexión digital”, que afecta a uno de cada tres hogares, la mayor parte por falta de habilidades para el manejo de los dispositivos, es el nuevo proceso de exclusión social más relevante de este cuarto de siglo: es el nuevo analfabetismo del siglo XXI, que explica esa evolución en el mercado de trabajo.

Porcentaje de hogares que han perdido alguna oportunidad por no tener posibilidad de conectarse a internet

Porcentaje de hogares que han perdido alguna oportunidad por no tener posibilidad de conectarse a internet.
Fuente a partir de EINSFOESSA 2021 (página 606)

¿A quién afecta la exclusión social?

El perfil de los sectores más afectados se ha mantenido bastante constante en todo este periodo, pero cada vez se amplían más las diferencias respecto del resto. La incidencia de la exclusión social severa es el doble en los hogares cuya sustentadora principal es una mujer (26 %), afecta principalmente a la infancia (22 %) y a las personas de menor nivel formativo (la ESO ya no es un nivel educativo suficiente que prevenga de la exclusión). Golpea también especialmente a las personas con problemas de salud mental (20 %) y repercute más en los barrios desfavorecidos (25 %).

Pero, sin duda, es el factor étnico el que más discrimina: un 38 % de la población inmigrante de origen extracomunitario está en situación de exclusión social severa y la incidencia en la comunidad gitana es todavía mayor.

En definitiva, todo un reto para la sociedad española que debemos afrontar seriamente porque hoy la exclusión social es más dura, más persistente, más crónica. Y no nos conviene.

Miguel Laparra Navarro, Profesor Titular del Departamento de Sociología y Trabajo Social, Universidad Pública de Navarra

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

Las redes 6G lo cambiarán todo

Francisco Javier Falcone Lanas, catedrático de Teoría de la señal y comunicaciones y  director del ISC- Instituto Smart Cities de la Universidad Pública de Navarra

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Un ejemplo: en el caso de 6G las señales inalámbricas (…) pueden servir no sólo para enviar información, sino también para localizar objetos, máquinas y personas con elevados grados de precisión, incluso en interiores. También para poder determinar el ritmo de respiración cardíaca de una persona.

Los teléfonos móviles, en su mayoría inteligentes, se han convertido en un elemento cotidiano de nuestro día a día. Nos asisten en multitud de tareas: comprar online, elegir la mejor ruta para poder acudir a una reunión, consultar nuestro saldo bancario y estar al tanto de las últimas tendencias. Todo esto es posible gracias a que son plataformas de procesamiento de información con capacidad de almacenamiento, comunicación e interacción con el entorno circundante. Además, integran diferentes tipos de sensores, como cámaras y acelerómetros.

Nuestros teléfonos son un miembro más de un conjunto de elementos dentro del concepto de internet de las cosas (IoT, por sus siglas en inglés). Gracias a las capacidades cada vez mayores de integración electrónica y de gestión de la información de las redes de comunicaciones, permiten que prácticamente cualquier dispositivo cuente con conectividad a internet, en cualquier lugar y momento.

El internet de las cosas ya cuenta con redes de sensores desplegadas por nuestras ciudades, entornos suburbanos y rurales. Así, monitoriza sistemas de transporte de mercancías, redes de distribución de luz, agua y gas y salud de infraestructuras como puentes. También asiste la gestión y el control de los sistemas de automatización en edificios.

Estas redes dependen de manera fundamental de las capacidades de las redes de comunicaciones inalámbricas y móviles, que posibilitan un despliegue ubicuo y, en función de la red de comunicaciones empleada, capacidades de movilidad.

¿Cómo debe ser una red inalámbrica?

Las redes inalámbricas han de poder garantizar la conectividad considerando condiciones de canal variables, tanto por la propia naturaleza inalámbrica del canal como por el comportamiento del usuario (por ejemplo, chatear dentro de un vagón de metro en el subsuelo).

Dado que hay una gran variedad de dispositivos conectables y de condiciones de operación (según el tipo de tráfico, tamaño del dispositivo y limitaciones de energía), contamos con diferentes redes:

  1. Redes de sensores (Low Power Wide Area Network, LPWAN, como LoRa/LoRaWAN o Sigfox).
  2. Redes inalámbricas de área local (Wireless Local Area Networks, coloquialmente conocidas como wifi).
  3. Redes de área corporal o personal (Bluetooth y Near Field Communications-NFC para identificación o pagos con el móvil).
  4. Las propias redes móviles.

En el caso de estas últimas nos encontramos inmersos en el despliegue de las redes 5G. Más concretamente, las que operan en las bandas de microondas por debajo de 6 GHz (conocida como NR FR1).

Desde que el 4 de abril de 1973 se realizó la primera llamada desde un teléfono celular, las redes móviles han evolucionado hasta convertirse en redes IP nativas, con capacidades de transmisión de datos de varios gigabits por segundo, con retardos en el entorno de milisegundos que permiten gestionar servicios diversos.

Todo ello, además, pendientes de que las nuevas evoluciones de la red 5G (fundamentalmente el despliegue de las redes en bandas milimétricas, 5G NR FR2) sean por fin una realidad.

Hacia el 6G

Entonces, ¿qué diferencia la red 6G de las generaciones previas?

La red 5G es ideal para manejar aplicaciones del internet de las cosas, ya que permite velocidades de transmisión que sirven para la gran mayoría de las aplicaciones y cuenta con tiempos de respuesta aptos para aquellas aplicaciones que son críticas en tiempo real.

La red 6G, cuyas primeras versiones operativas se proyectan para 2030, plantea velocidades de transmisión de datos en el rango de un terabit por segundo, latencias de 0,1 milisegundos, soporte de conectividad para vehículos con velocidades hasta 1000 km/h y niveles de fiabilidad del 99,99999 %.

Esto posibilita múltiples aplicaciones: sistemas de control en tiempo real de robots, conectividad masiva de todo tipo de dispositivos (electrodomésticos, mobiliario urbano, wearables, bicicletas), hasta 107 dispositivos por kilómetro cuadrado y la implementación de entornos de realidad mixta y realidad extendida, con aplicaciones tan espectaculares como las comunicaciones holográficas.

En este contexto surge en la definición de las redes 6G el concepto de capacidades conjuntas de comunicaciones y sensado como un claro elemento diferenciador e innovador.

Un ejemplo: en el caso de 6G las señales inalámbricas pueden alcanzar frecuencias en el orden de 3 THz (con propiedades más cercanas al infrarrojo que a las frecuencias de microondas y ondas milimétricas). Esto quiere decir que pueden servir no sólo para enviar información, sino también para localizar objetos, máquinas y personas con elevados grados de precisión, incluso en interiores. También para poder determinar el ritmo de respiración cardíaca de una persona.

De esta manera, la red 6G pasa a ser mucho mas que una red de comunicaciones y se convierte en un elemento vertebrador de nuevas formas de interacción, tanto con nuestro entorno real como en entornos virtuales. Eso sí, tendremos que esperar un tiempo para que se desarrollen tanto la tecnología como el contexto socioeconómico y cultural en el que conviviremos.

Francisco Javier Falcone Lanas, Director del Instituto de Investigación de Smart Cities. Profesor del Área de Teoría de la Señal y Comunicaciones del Departamento de Ingeniería Eléctrica, Electrónica y de Comunicación., Universidad Pública de Navarra

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

El bumerán de la violencia y las adicciones

Javier Fernández-Montalvo, catedrático de Psicopatología, Alfonso Arteaga Olleta, investigador y profesor y José Javier López Goñi, profesor titular de del Departamento de Ciencias de la Salud de la Universidad Pública de Navarra

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“Es la cruz que te ha tocado”. Bajo esta sentencia demoledora, tan repetida antiguamente, se han ocultado duras historias de adicción y violencia que han destrozado miles de familias. En ellas, uno de sus miembros abusaba, generalmente, del alcohol. Y pronto éste comenzaba a hacer estragos. En ocasiones, se sabía que en esa casa había malos tratos, que “el Pepe tenía mal beber” y que pegaba a “los suyos”. Por desgracia, se veía como algo normal.

Históricamente, la violencia y las adicciones han estado ligadas en el imaginario popular. Sin embargo, existe muy poca evidencia científica que certifique esta relación. Y yendo aún más lejos, mucha menos que avale el otro giro del boomerang: hasta qué punto ejercer la violencia o haberla sufrido puede llevar a una persona a caer en una adicción.

El fracaso como punto de partida

Tras más de 20 años de trayectoria realizando tratamientos de campo para ayudar a muchas personas a dejar atrás sus adicciones, en el grupo de investigación de Psicología Clínica y Psicopatología de la UPNA preocupan tremendamente dos cuestiones: el abandono de los tratamientos y las recaídas. En definitiva, el fracaso, porque una de cada 3 personas que acude a consulta no logra terminar la intervención y, por ende, superar su adicción. Es un dato importante teniendo en cuenta que, por lo que sabemos, finalizar el tratamiento es la mejor garantía para abandonar una adicción. Además, también se observa una importante tasa de recaídas entre aquellas personas que sí consiguen finalizar el tratamiento.

Con esos datos sobre la mesa, cómo mejorar la tasa de fracasos terapéuticos en el tratamiento de las adicciones se convierte en el objetivo principal. Y eso implica no perder de vista una variable clave: la violencia.

La violencia, con frecuencia presente en los procesos de adicción

¿Hasta qué punto las personas que agreden o han sido víctimas de violencia terminan en una adicción? Y en el otro sentido, ¿hasta qué punto quien cae en una adicción termina ejerciendo o sufriendo violencia?

Lo cierto es que la violencia forma parte de la vida de muchas de las personas que participan en programas de tratamiento de adicciones. De hecho, los estudios sugieren que uno de cada cuatro hombres y un 60 % de las mujeres han recurrido a la violencia en algún momento contra sus parejas.

Además, prácticamente la mitad de los pacientes que acuden a consulta tiene algún problema de victimización con la violencia, cifra que ascendía significativamente en el caso de las mujeres. En concreto, entre el 75-80 % de las mujeres llegaban con alguna historia de victimización pasada, sin que hubiera para ellas una relación clara entre los dos fenómenos.

Estos datos nos impulsaron a emprender un estudio controlado centrado en aquellas personas que agredían a sus parejas. Se daba la circunstancia de que esas personas no respondían al perfil típico de agresores, sino que presentaban relaciones muy deterioradas con consumo de sustancias y una falta de recursos de afrontamiento de situaciones cotidianas.

Gestionar la frustración reduce la agresión en las parejas

En el marco de un programa del tratamiento de la adicción, se introdujo otro más específico con 16 sesiones enfocadas al abordaje de la violencia y técnicas para gestionar la frustración y resolver conflictos. Nos llevamos una grata sorpresa: frente al otro grupo de control, al que no le fueron impartidas estas sesiones, quienes sí las recibieron reducían a la mitad la tendencia a agredir a sus parejas a medio plazo. Además de que duplicaban la finalización del tratamiento de la adicción, matando dos pájaros de un tiro. Se demostraba así que abordando la violencia logramos también combatir mejor las adicciones.

A partir de este resultado, nos propusimos centrar la mirada en aquellas personas con experiencias previas de maltrato, con el fin de lograr que llegaran en mayor medida a los programas de tratamiento de la adicción y mejorar sus resultados de éxito.

Así comprobamos que quienes han sufrido experiencias de violencia a lo largo de la vida, además de ser más propensos a caer en una adicción, abandonan el programa de tratamiento de la adicción en un 60 %. Sin embargo, tras realizar una intervención de ayuda en el abordaje de la violencia, quienes la recibieron duplicaron las tasas de finalización del tratamiento de la adicción, demostrando de nuevo que realizar tratamientos combinados en adicciones y en el abordaje de la violencia mejora la situación de estas personas en ambos campos.

Sin lugar a duda, los dos fenómenos están muy ligados y no podemos entender un programa de tratamiento a la adicción sin explorar las historias de victimización o de agresión.

Mujeres, adicción y violencia: un cóctel especialmente explosivo

Capítulo aparte en este tema merecen las mujeres. Distintos factores como, por ejemplo, la censura social sobre ellas, contribuyen a que apenas lleguen a los programas de tratamiento para las adicciones. Solo una de cada tres personas que los realizan es mujer.

¿El motivo? El sesgo que pesa sobre ellas es tan descomunal que es mucho más probable que acudan al médico o a los centros de salud mental por problemas de ansiedad, dolores, etc., que aceptar que tienen un problema de adicción. De este modo, con frecuencia terminan en centros en los que no se les trata su adicción, sino tan solo los efectos colaterales producidos por este problema.

Pero, además, como en los programas de tratamiento de adicciones participan hombres en su mayoría, todos los estudios existentes cuentan con muestras fundamentalmente masculinas y los datos obtenidos se extrapolan directamente a las mujeres. Cuando la realidad es que ni el proceso por el que un hombre o una mujer llegan a la adicción (recordemos que 3 de cada 4 mujeres han sido víctimas de la violencia), ni la intervención, ni el resultado del tratamiento son iguales para ambos.

Es indiscutible que todavía queda mucho por hacer: urge que el tratamiento de la violencia y la adicción cuente con una perspectiva de género y una mirada femenina.

Adicciones y experiencias traumáticas en la infancia

Prácticamente todos damos por sentado que una persona que está en un tratamiento por un trastorno de consumo de sustancias ha tenido una mala infancia, pero apenas existen dos o tres estudios que avalen esa vinculación, y ninguno se ha realizado en Europa.

Por ello, se ha emprendido una nueva investigación para conocer cómo influyen las experiencias adversas en la infancia en el desarrollo de una adicción u otros trastornos. El objetivo es ir más allá para identificar qué factores pueden influir en el desarrollo de esos trastornos, detectar aquellas personas que cuentan con más riesgo de caer en una adicción para prevenirlo y, si ya la adicción existe, incentivar que esa persona acuda a un programa de tratamiento.

Por el momento, y como resultados preliminares, este estudio indica que la mayoría de las personas que acuden a tratamiento presenta al menos una experiencia adversa en la infancia, algo que, por otra parte, puede habernos ocurrido a cualquiera.

Lo que sí llama más la atención es que el 57 % de las personas que están en tratamiento presentan cuatro o más experiencias adversas. Entre ellas, las más prevalentes son el maltrato físico (30 %) y el maltrato emocional (40 %). Y otro dato más: un 60 % ha presentado ideación suicida en algún momento de su vida.

Todo ello da pie a pensar que sí existe una relación directa entre haber vivido situaciones duras mientras se es niño y desarrollar una adicción.

Abordar la violencia, factor clave para superar una adicción

Conocer la íntima relación que existe entre la violencia (bien como víctima, bien como agresor) y las adicciones no solo nos ha de servir para tratar ambas de forma paralela y, de este modo, mejorar en ambas cuestiones. También debe ayudarnos a prevenir recaídas en la adicción o, incluso, promover la llegada de estas personas a los programas de tratamiento para la adicción.

En definitiva, el tratamiento de una adicción siempre ha de tener en cuenta las historias de violencia que, con demasiada frecuencia, marcan vidas. Haciéndolo, lograremos ayudar mejor a las personas afectadas y aliviaremos mucho sufrimiento.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

El poder terapéutico de centrarse en las soluciones y no en los problemas

Mark Beyebach, profesor contratado doctor e investigador del Departamento de Ciencias de la Salud de la Universidad Pública de Navarra (UPNA)

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Está comprobado científicamente: muchas terapias psicológicas son eficaces para la intervención con personas con problemas de salud mental. Producen resultados equiparables al tratamiento con psicofármacos y sus efectos tienden a ser más duraderos.

La mayoría de estas psicoterapias son tratamientos en los que se abordan los problemas mediante la conversación. Sin embargo, existen formas diferentes de entender y abordar estas conversaciones terapéuticas, como veremos en este artículo.

Enfoque en el bienestar y el crecimiento personal

La mayoría de las psicoterapias asumen el modelo médico tradicional: los profesionales actúan como expertos que diagnostican trastornos mentales e intervienen sobre ellos. Por ello, las conversaciones psicoterapéuticas se centran en los problemas de quienes los sufren, con la idea de que los profesionales los resuelvan. Aunque el objetivo es que los consultantes superen sus problemas, la mayor parte de las sesiones se dedica a conversar sobre ellos.

Pero hay también planteamientos alternativos a esta visión. La más conocida es la psicología positiva, bautizada como tal en el año 2000 por el entonces presidente de la Asociación Americana de Psicología, Martin Seligman. Este concepto retomó algunas de las propuestas humanistas de los años cincuenta y planteó que la psicología debía dar un giro. En vez de seguir centrándose en el sufrimiento debía enfocarse en el estudio científico del bienestar, del crecimiento personal y de la resiliencia ante la adversidad.

Desde el punto de vista académico, la psicología positiva no está exenta de detractores, pero ha ido generando una abundante investigación científica. Entre sus aplicaciones prácticas están los programas de psicología positiva para las escuelas o las apps de felicidad. En el campo de la psicoterapia, aporta sobre todo una serie de ejercicios para quienes acuden a las consultas, centrados en la promoción de sus emociones positivas y de sus logros.

TBCS: una estrategia para afinar más en las conversaciones terapéuticas

Un abordaje menos conocido pero que se sitúa en una línea similar es la Terapia Breve Centrada en las Soluciones (TBCS), desarrollada a mediados de los años ochenta por Steve de Shazer e Inso Kim Berg . Estos terapeutas familiares descubrieron que podían acortar la duración de las intervenciones si desde la primera sesión ya accedían a los recursos de sus usuarios. Para ello preguntaban por las excepciones a los problemas y por las mejorías producidas antes de la petición de consulta.

A estas conversaciones sobre los momentos en que las cosas funcionaban bien se añadió unos años después la técnica de la pregunta milagro. Con ella se invita a a describir en detalle cómo nos gustaría que fueran las cosas en aquello que nos preocupa. Esta descripción del futuro preferido genera esperanza y permite que las personas vayan descubriendo posibilidades de cambio.

En este sentido, la TCBS aborda la cara oculta de la luna: en vez de analizar lo que no funciona y sus causas, pone el foco sobre lo que sí está funcionando y en construir nuevas posibilidades.

Terapia a dos

La TBCS es un enfoque colaborativo, en el que los protagonistas del cambio son los propios consultantes. Los terapeutas no evalúan qué está mal ni determinan qué deberían hacer sus interlocutores, sino que establecen los objetivos de forma conjunta. La tarea de los profesionales es colaborar con ellos y adaptarse a sus preferencias, sin perder el foco sobre sus fortalezas mediante el empleo estratégico de preguntas.

Un reciente estudio de nuestro equipo muestra que la Terapia Breve Centrada en las Soluciones se ha extendido a más de treinta países de cinco continentes. Además, se aplica mucho más allá del campo de la terapia familiar en el que surgió. Hoy en día no sólo hay psicoterapia centrada en soluciones o trabajo social centrado en soluciones, sino también intervención comunitaria, consultoría organizacional o intervención escolar basada en esta estrategia.

En el campo de la psicoterapia, el planteamiento centrado en soluciones aporta un modelo propio de intervención que ha generado evidencia científica a nivel global, con ensayos clínicos que muestran la eficacia del modelo como tal, pero también la de algunas de sus técnicas en concreto. Estas técnicas se pueden utilizar también integradas en otros modelos de psicoterapia más conocidos, como la terapia cognitivo-conductual.

Mejor “Quédate sentado” que “No te levantes”

La mayoría de las herramientas de la TBCS tienen aplicación en la vida cotidiana. Hablar desde los recursos actuales y las posibilidades futuras genera conversaciones más constructivas que estar dando vueltas a los problemas. A continuación ofrecemos algunas pautas lingüísticas que pueden ser útiles para abordar dificultades personales, problemas de relación o conflictos:

  • En vez de plantearse resolver su problema o dificultad, piense cuáles son sus objetivos, qué desea conseguir. Plantéese esas metas en positivo en vez de hacerlo en negativo. Mejor “mantener mi peso” que “no aumentar mi peso”; mejor “discutir de forma tranquila” que “discutir sin gritarnos”; mejor “sonreír por la mañana” que “no llorar por las mañanas”.
  • Si da alguna instrucción o negocia alguna norma, hágalo también en positivo. “Quédate sentado ” mejor que “No te levantes”; “hablemos bajito” mejor que “no hablemos tan alto”.
  • Utilice en las conversaciones preguntas abiertas (“¿Qué mejorías ha notado?”, “¿Qué es lo que más le ha gustado?”) en vez de cuestiones cerradas (“¿Ha notado mejorías?” “¿Le ha gustado?”). Las preguntas cerradas, que se contestan con un “sí” o con un “no”, tienden a matar la conversación.
  • Ante un atasco personal, profesional o familiar, dé menos vueltas a “¿Por qué me pasa eso?”. Trate, en cambio, de dar una respuesta detallada a la pregunta “¿Cómo me gustaría que fueran las cosas?” y “¿Qué puedo poner de mi parte para acercarme a eso que quiero?”.
  • Si habla de algo negativo, utilice el todavía (“Veo que todavía no has resuelto el problema”) en vez de descripciones estáticas (“Veo que no has resuelto el problema”).

Le animo a que pruebe estas sencillas propuestas… y a que se fije en qué efecto tiene sobre usted y sobre los demás dialogar “sobre el otro lado de la luna”.

Mark Beyebach, Profesor en el Departamento de Ciencias de la Salud., Universidad Pública de Navarra

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

Euríbor e hipotecas, ¿cómo afrontar el otoño que comienza?

Luis Fernando Muga Caperos, profesor titular del Departamento de Gestión de Empresas e investigador del Instituto Inarbe – Institute for Advanced Research in Business and Economics de la Universidad Pública de Navarra (UPNA)

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La decisión de endeudarse a tipo de interés fijo o a tipo de interés variable no es fácil ni inmediata.

Según el informe de confianza del consumidor de julio de 2022, más de la mitad de los hogares españoles (51,7 %) llega justo a final de mes y no es capaz de ahorrar. Este hecho se está viendo agravado por los altos niveles de inflación (el dato de IPC de julio fue de 10,8 %) y por la escalada del euríbor a lo largo del año.

El euríbor es, en términos generales, el precio al que las entidades bancarias europeas se prestan dinero entre sí. Del 3 de enero al 22 de agosto de 2022 el dato diario a un año ha pasado del -0,499 % al 1,344 %. Evidentemente, esta es una mala noticia para los presupuestos de los hogares españoles, sobre todo si deben afrontar el pago de una hipoteca a tipo de interés variable.

Evolución del euríbor a 12 meses entre el 3 de enero y el 22 de agosto de 2022. Author provided

¿Qué esperar a corto plazo?

El euríbor lo calcula el Instituto Europeo de Mercados Monetarios (EMMI, por sus siglas en inglés), intentando evitar posibles manipulaciones. Las 18 entidades financieras europeas que aportan los datos para su cálculo se conocen como el panel de bancos.

Cada día de mercado, el EMMI publica el euríbor para sus diferentes vencimientos. Para obtener el euríbor hipotecario se toma el índice con vencimiento a 12 meses y se calcula la media de todos los datos diarios para un mes.

Evolución del euríbor y del tipo oficial del BCE entre enero de 2011 y agosto de 2022. Author provided

Si observamos el comportamiento del euríbor desde 2011, vemos que ha oscilado alrededor del tipo de interés oficial del Banco Central Europeo (BCE) y que, desde que el tipo del BCE entró en terreno negativo en 2016 hasta abril de este año, se mantuvo por debajo de este.

Dado que el euríbor es el tipo de interés de referencia al que los bancos se prestan dinero entre ellos, las subidas que estamos viendo desde abril no son más que el anticipo de las subidas de tipos que el BCE comenzó a aplicar en julio (y que se espera que continúen).

Si se cumplen las expectativas, el BCE subirá su tipo oficial hasta el 1 % en su reunión de septiembre. El euríbor de agosto se situaría ligeramente por encima, en el 1,113 %. Ello puede tener dos posibles interpretaciones:

  1. El mercado está adelantando mayores subidas de los tipos de interés, dados los altos niveles de inflación en la zona euro.
  2. Las entidades financieras están previendo el fin de la barra libre de liquidez en el BCE y buscan alternativas para financiarse, en este caso en el mercado interbancario. Mayor demanda en este mercado hace que, lógicamente, incrementen los tipos de interés exigidos para prestar en esta clase de operaciones.

¿Tipo fijo o variable?

En este escenario, ante una previsible subida de tipos, un agente adverso al riesgo, si tuviera que elegir, escogería una hipoteca a tipo fijo. No obstante, la decisión de endeudarse a tipo de interés fijo o a tipo de interés variable no es fácil ni inmediata. Más si tenemos en cuenta que los plazos de vencimiento de un préstamo hipotecario suelen exceder los 20 años. Nadie tiene una bola de cristal que permita determinar cómo evolucionarán los tipos, y menos a tan largo plazo.

Dos recomendaciones de los expertos pueden ser útiles:

  • No dedicar más del 30 % de los ingresos familiares netos a la hipoteca.
  • Hacer simulaciones de cómo quedarían las cuotas si se producen incrementos en el euríbor para evaluar qué subida de tipos podría absorber el presupuesto familiar, en caso de optar por una hipoteca a tipo de interés variable.

Por ejemplo, si pensamos en una familia con unos ingresos netos mensuales de 3 000 euros y aplicamos el 30 %, quedarían 900 euros disponibles de su presupuesto para la hipoteca. Si prevé endeudarse con un préstamo de 150 000 euros a 20 años y las alternativas son: euríbor + 0,5 % (tipo variable) o un préstamo a tipo fijo al 2,25 %, en un escenario con el euríbor al 1 % pagarían 723,82 euros al mes en el préstamo variable y 776,71 con el préstamo fijo.

Simulación de préstamo a tipo fijo o tipo variable. Author provided

Con una subida del tipo de interés de referencia al 1,75 % pagarían la misma cantidad en ambas opciones.

Si el euríbor subiera al 3,5 %, entrarían en zona de peligro y su cuota superaría los 900 euros mensuales (908,97 euros). Evidentemente, corresponde a la familia que va a endeudarse prever qué probabilidades le asigna a cada uno de los escenarios y decidir la mejor opción para ellos, en función de su aversión al riesgo.

Los datos del Instituto Nacional de Estadística indican que ya en el año 2021 las familias españolas aprovecharon la coyuntura de tipos bajos y se constituyeron más hipotecas a tipo fijo (60,3 %) que a tipo variable (39,7 %), lo que puede estar limitando el impacto de la subida de tipos en los presupuestos familiares disponibles.

Luis Muga, Profesor de Economía Financiera y Contabilidad, Universidad Pública de Navarra

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

Radicalización violenta: ¿qué está pasando en Estados Unidos?

Sergio García Magariño, investigador del Instituto I-Communitas (Institute for Advanced Social Research-Instituto de Investigación Social Avanzada) de la Universidad Pública de Navarra (UPNA)

The Conversation

Un miembro de «Proud Boys» ondea una bandera en un mitin «Stop The Steal» frente a la mansión del gobernador de Minnesota el 14 de noviembre de 2020.
Chad Davis / Flickr, CC BY

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Estados Unidos es la cuna de más de 1 700 grupos que justifican el odio, e incluso la violencia, contra ciertos colectivos.

El reciente ataque contra Salman Rushdie en Chautauqua es una buena ocasión para analizar la violencia en la que está inmersa la capital del estado, la ciudad de Nueva York, y con ella el país entero. En lo que va de siglo XXI, la Gran Manzana ha sufrido once ataques terroristas. Los 3 001 muertos y más de 6 000 heridos que conllevan son la crónica más patente de una vulnerabilidad cuyas causas quizá no sean tan conocidas.

La radicalización violenta se puede estudiar empíricamente desde diferentes ángulos. Dos de estas perspectivas empíricas, en ocasiones contrapuestas, son: por un lado, el análisis de la trayectoria que siguen los individuos que terminan actuando violentamente con fines políticos bajo el paraguas de una organización terrorista que puede operar desde el exterior; y, por el otro, el examen de los factores macrosociales que conducen a la radicalización violenta de organizaciones con fines políticos.

Teniendo en cuenta la segunda perspectiva, la vulnerabilidad de Estados Unidos ante el terrorismo está relacionada con cuatro grandes factores que no se dan, en su totalidad, en otros contextos nacionales:

  • La existencia de más de 1 700 grupos legales en el país que el prestigioso Southern Poverty Law Center califica como “extremistas” o “de odio”.
  • La polarización rampante de la política norteamericana.
  • Los agravios subjetivos aducidos por múltiples colectivos ante el comportamiento geoestratégico del país en la escena internacional, en general, y en su lucha contra el terror, en particular.
  • La grandísima densidad poblacional y desigualdades de ciudades como Nueva York.

Grupos extremistas y de odio

Estados Unidos es la cuna de más de 1 700 grupos que justifican el odio, e incluso la violencia, contra ciertos colectivos. Estos están inspirados en ideologías muy diversas que van desde el nacionalismo cristiano, el supremacismo blanco y la defensa armada antigubernamental (más conocidos simplemente como Militia), hasta el supremacismo negro y el islamismo violento. Muchos de estos grupos estarían prohibidos en Europa. De hecho, Canadá tiene en la lista de organizaciones terroristas a algunos, como los Proud Boys o los Three Percenters.

Tres hombres vestidos de militares portan armas en una manifestación.
Fotografía de un rally a favor del derecho a llevar armas en Virginia, Estados Unidos, en 2020.
Anthony Crider / Flickr, CC BY

Sin embargo, la primera y segunda enmienda de su constitución blindan, en primer lugar, el derecho a la libertad de expresión y, en segundo, el derecho a portar armas y a autodefenderse. Ambos derechos generarían las condiciones para que no se vete ningún tipo de ideología, incluso las violentas o de odio, puesto que caerían en la esfera del pensamiento y la expresión; y para que las armas estén a disposición de grupos que pueden considerar al Estado como una amenaza de la que defenderse.

La polarización estadounidense

En Europa se considera que las democracias pueden amortiguar cierto grado de polarización. Además, se plantea que la polarización real de la población puede diferir de la creciente polarización política. Por ello, la polarización y la radicalización violenta se estudian por separado y rara vez se ve a la primera la causa de la segunda.

En Estados Unidos, donde la representación política de la ciudadanía se canaliza históricamente a través de dos únicos partidos que han buscado diferenciarse apelando a las emociones y a la identidad, y donde existe gran número de grupos violentos con quienes los partidos también quieren conectar (a fin de ampliar la base de su electorado), la polarización se relaciona de manera mucho más directa con la radicalización violenta que en Europa.

La movilización violenta de los agraviados

Desentrañar las causas de la radicalización violenta no es tarea fácil. Se concitan sincrónicamente y de manera incoherente múltiples causas estructurales, diversas motivaciones y dinámicas relacionales complejas.

En un estudio comparativo monumental del yihadismo, la extrema derecha y la extrema izquierda mundiales, el exasesor del Gobierno holandés en materia de prevención de la radicalización violenta, Kees Van Den Bos, abunda sobre el papel que la sensación de agravio e injusticia desempeña como detonante de la violencia política, en ausencia de mecanismos de control emocional efectivos.

Un militar estadounidense enseña a un militar afgano cómo operar un rifle.
El capitán del Ejército de los Estados Unidos Kevin Mercer, oficial a cargo del Equipo de Entrenamiento del Cuerpo 205, observa mientras un entrenador del Ejército Nacional Afgano ajusta el emplazamiento de un rifle M-16 en Kandahar, Afganistán, el 23 de enero de 2008.
US Army / Flickr, CC BY

Si el supuesto que plantea Van Den Bos es cierto, la intervención de Estados Unidos en conflictos internacionales sangrantes recientes (tales como los 20 años de Afganistán, los más de 15 en Irak, las intervenciones desestabilizadoras de Libia y Siria y el enquistado conflicto de Yemen); las ejecuciones extrajudiciales en su guerra contra el terror, ya sea a través de operaciones especiales violando soberanía y coordinadas desde el extranjero (Bin Laden en Pakistán, 2011) o mediante drones (Al Zahahiri en Kabul, 2022); sus tensiones con países como Rusia o Irán; y la búsqueda, en ocasiones, de su interés nacional por encima del bien común, han suscitado la sensación de agravio en muchos países y colectivos dentro y fuera de Estados Unidos, lo que le convierte en blanco prioritario de objetivos terroristas.

La gran densidad de las ciudades

La densidad poblacional dentro de un territorio, la coexistencia de culturas diversas en un espacio reducido, las desigualdades y la degradación medioambiental de los barrios son factores clave de radicalización. Muchas ciudades de Estados Unidos reúnen estas condiciones.

Por ello, estos entornos, a pesar de estar en condiciones de cuasi militarización, son altamente vulnerables. Por un lado, tener bajo control a la población de una ciudad de más de diez millones de habitantes es imposible. Por el otro, ciudades con grandes desigualdades sociales y económicas y contrastes, con segregación poblacional de facto, favorecen la radicalización, más allá de su tamaño.

Nueva York es solo símbolo de un poder aparente que disimula la vulnerabilidad. Además, desafortunadamente, cuando en lugares como las calles de Manhattan todo es espectáculo y consumo, algarabía y desenfreno, distraerse con el break dance callejero, los encantadores de serpientes espontáneos y la constatación de la prostitución y opresión de la mujer (a través, por ejemplo, de la publicidad en vivo de bares de barra americana) es más probable que atender a las dinámicas sobrias de seguridad.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

Reactivar el mundo rural, clave para prevenir los grandes incendios forestales

Rosa Maria Canals Tresserras, profesora del área de Producción Vegetal del Departamento de Agronomía, Biotecnología y Alimentación de la Universidad Pública de Navarra (UPNA)

Imagen de Matthias Fischer en Pixabay

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Si los veranos son cada vez más tempranos y más intensos, la planificación de los cultivos en el entorno de los núcleos habitados y de las áreas críticas es una medida que debe contemplarse con celeridad.

Parece que va siendo palpable en la población general los pronósticos de los expertos. Una de las consecuencias más graves del cambio climático es el riesgo de grandes incendios. Las cada vez más frecuentes olas de calor, los prolongados periodos de sequía y los intensos vientos desecantes están estresando los hábitats naturales y las masas forestales. Estos factores favorecen incendios que acumulan mucha energía, desarrollan un comportamiento errático y peligroso y superan rápidamente la capacidad de extinción de los cuerpos de bomberos forestales, altamente preparados y capacitados para la extinción en España.

Los medios para frenar la deriva del clima son en gran parte conocidos por la población. Sabemos que se trata de una carrera de larga distancia en la que debemos emplearnos a fondo desde todas las escalas posibles de la gobernanza, empezando por los organismos internacionales, continuando por los gobiernos nacionales y regionales, y acabando por cada uno de nosotros y el estilo de vida que de manera responsable adoptemos seguir.

Los medios para frenar el abandono al que está sometido el entorno natural (y cultural) y las acumulaciones de vegetación (combustible) es algo que quizás no está tan claro para la sociedad, y en lo que se puede trabajar mucho y bien, con resultados que pueden ser esperanzadores en el corto y medio plazo. Merece la pena intentarlo.

Gestionar el paisaje para prevenir incendios

Crear paisajes resilientes significa adaptar nuestro entorno natural y rural a las amenazas derivadas del cambio climático, como los incendios de gran magnitud, tanto para nuestra seguridad como para asegurar la biodiversidad que acogen y que está también amenazada por la extrema severidad de estos incendios.

Controlar la cantidad de carga combustible, su estado hídrico y su continuidad es un paso esencial en la lucha contra el fuego y podemos trabajarlo adecuadamente durante todo el año llevando a cabo una buena planificación y poniendo en práctica el conocimiento existente.

Trabajar sobre todo el territorio es complejo, pero podemos empezar priorizando los esfuerzos en los ecosistemas naturales más valiosos, los núcleos habitados (interfaz urbano-forestal), las infraestructuras esenciales y en las áreas más críticas para el avance de un fuego. Vamos a reflexionar sobre ello con algunos ejemplos.

Cómo evitar la acumulación de combustible

La reciente ola de calor temprana ha puesto en jaque a Navarra. En especial a sus cuencas cerealistas y a sus sierras intermedias parcialmente repobladas con bosques de coníferas. En ambas situaciones pueden adoptarse medidas para controlar las cargas de combustible y reducir el riesgo de un gran incendio.

Esta ola de calor ha coincido con un cereal ya seco en el campo, y a punto de ser cosechado. Independientemente de una posible ignición del fuego por el trabajo de las cosechadoras, la paja seca en el campo ha favorecido la rápida propagación del fuego.

Imagen de un incendio tomada en la Cuenca de Pamplona el pasado 18 de junio.
Rosa M. Canals, Author provided 

Si los veranos son cada vez más tempranos y más intensos, la planificación de los cultivos en el entorno de los núcleos habitados y de las áreas críticas es una medida que debe contemplarse con celeridad. Se trata de la creación de cinturones verdes: superficies amplias de muy baja carga combustible que actúen como un escudo protector para aquello que encierran en su interior y que faciliten también la accesibilidad para las tareas de extinción.

Una superficie de cultivo que se mantiene verde en el mes de junio y con un adecuado estado hídrico puede ser un deterrente para las llamas. También lo es una amplia zona de pastos pastoreados por ganado extensivo que mantiene la vegetación rasa y verde y no la deja crecer más allá de una determinada altura. No lo es, por el contrario, un cultivo ya agostado, una pradera abandonada y colonizada por un denso matorral o un bosque descuidado cerca del pueblo.

Una vida rural activa y sostenible

Si un agricultor debe sembrar un cultivo de menor retorno económico pero con un valor protector frente al fuego de verano o un ganadero decide optar por una ganadería extensiva, utilizadora de los recursos vegetales del entorno –barbechos, eriales, pastos, sistemas adehesados de baja cubierta arbórea– en lugar de por una estabulación de los animales y una producción intensiva que le reporte más beneficio económico, deberemos no sólo pagar por ello, también promoverlo y favorecerlo al máximo.

De modo similar ocurre con la resiliencia de los bosques. La planificación del aprovechamiento forestal como fuente de energía para las poblaciones locales, la reducción de la cabida cubierta para mantener un mejor estado hídrico de las masas forestales y la promoción de bosques mixtos, entre otras medidas, ayudan a gestionar los bosques abandonados y a hacerlos más resilientes.

En definitiva, necesitamos promover y facilitar una vida rural activa y utilizadora de los recursos de su entorno si queremos protegernos y proteger nuestro medio natural de eventos devastadores de gran magnitud. Así lo hicieron nuestros antepasados, creando cinturones de baja carga combustible (huertas, pastos) alrededor de sus hogares y utilizando la madera y la leña de los bosques como fuentes de energía. Nos pareció tan esencial, quizás tan banal, que no dimos importancia a ese conocimiento ancestral de convivencia con el entorno. Nos pareció mera supervivencia.

Ante un cambio climático que nos está mostrando su peor cara, se hace palpable la necesidad de recordar ese conocimiento, modernizarlo, planificarlo y promoverlo para crear un entorno seguro y un paisaje resiliente. Se trata también ahora, como en tiempos ancestrales, de una cuestión de mera supervivencia.

Rosa María Canals, Profesora Titular y miembro del grupo de investigación Ecología y Medio Ambiente y del Instituto de investigación IsFood, Universidad Pública de Navarra

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

The Conversation

Cómo restaurar el ciclo natural del agua en las ciudades del siglo XXI

Idoya Lacosta Gavari, profesora del Departamento de Ingeniería de la Universidad Pública de Navarra (UPNA).

Imagen de Hands off my tags! Michael Gaida en Pixabay
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La gestión tradicional del agua en las ciudades consiste en tratar el agua de lluvia como si fuese residual. Por lo tanto, generalmente no se aprovecha. Sin embargo, las ciudades actuales y las del futuro se enfrentan a retos importantes que ponen en entredicho este sistema de gestión en el que el agua es un residuo y no un bien preciado.

Los retos del siglo XXI

El primer problema al que nos enfrentamos es la creciente migración de la población desde las áreas rurales hacia la ciudad.

Según el departamento de de Economía y Asuntos Sociales de Naciones Unidas, en la actualidad en las ciudades reside un 55 % de la población del planeta y se cree que en 2050 este porcentaje se incrementará hasta el 68 %.

Estos porcentajes aumentan hasta el 75 % y el 80 %, respectivamente, cuando hablamos de Europa.

El crecimiento de las ciudades trae consigo la transformación de grandes áreas de suelo permeable en impermeable. Esta reducción en la permeabilidad del suelo se traduce en un aumento de la escorrentía durante los eventos de lluvia y en un mayor riesgo de inundaciones durante los episodios torrenciales.

Por otro lado, el cambio climático está aumentando la frecuencia y la intensidad de los fenómenos meteorológicos extremos como las lluvias torrenciales o las sequías prolongadas.

El primer factor produce un aumento de la escorrentía. El segundo, una mayor acumulación de contaminantes durante los periodos secos, los cuales son arrastrados hasta las estaciones de depuración de aguas residuales e incrementan los costes del proceso.

Finalmente, hay que considerar que la ausencia de agua en los entornos urbanos produce lo que se denomina isla de calor. De hecho, se sabe que la temperatura media anual del aire de una ciudad de 1 millón de habitantes puede ser entre 1 y 3 ⁰C más cálida que la de su entorno.

Esta diferencia puede llegar a ser de hasta 12 ⁰C por la noche.

El cambio de paradigma

Estos problemas han forzado un cambio de paradigma en la gestión del agua en las ciudades. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible propuestos por la ONU en 2015 proponen modelos de ciudades sostenibles y resilientes que sean capaces de, en la medida de lo posible, restaurar el ciclo natural del agua en los entornos urbanos.

Los Sistemas Urbanos de Drenaje Sostenible (SUDS) son las nuevas infraestructuras que nos permiten abordar estos problemas. Permiten que la respuesta hidrológica de un zona urbanizada sea lo más parecida posible a la que tenía en su estado natural.

El Ministerio español para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico define estos sistemas como “elementos superficiales, permeables, preferiblemente vegetados, integrantes de la estructura urbana-hidrológica-paisajística y previos al sistema de saneamiento”.

Estas infraestructuras están destinadas a infiltrar el agua de lluvia en el terreno, a la vez que la retienen y la transportan, de modo que disminuyan el volumen de escorrentía superficial y restauren la calidad del agua mediante la retención de cierta cantidad de contaminantes.

En el caso de aquellos que almacenan agua en superficie, pueden también refrescar el ambiente y generar nuevos espacios verdes para el disfrute de la ciudadanía.

Sistemas Urbanos de Drenaje Sostenible (SUDS).
Kevin Robert Perry

Tipos de sistemas urbanos de drenaje sostenible

Existe una gran variedad de estos sistemas, por lo que la elección del más adecuado se debe estudiar cuidadosamente teniendo en cuenta las particularidades de cada zona.

Para controlar el agua en origen pueden emplearse las cubiertas vegetales o algún tipo de pavimento permeable.

Para la ralentización y la conducción del agua suelen emplearse los drenes filtrantes, en sus muchas variantes, o las cunetas verdes.

Para el almacenamiento del agua se prefieren las balsas de detención o los humedales artificiales.

Para infiltrar el agua en el terreno se utilizan las células de biorretención o los pozos de infiltración. Estos sistemas están sujetos a mejoras técnicas continuas para aumentar su eficacia de forma más económica.

Las celdillas de poliprolpileno reciclado que se utilizan como pavimento permeable son un claro ejemplo de ello. Estas estructuras están formadas por un conjunto de cubos huecos semejantes a un panal de abejas que actúan de filtro para la lluvia mediante la interacción entre el agua, suelo, vegetación, aire y microorganismos que simulan un suelo de un ecosistema natural.

Celdillas de Polipropileno para pavimento permeable en Toledo y Calatrava.

Hacia un nuevo tipo de ciudad

Debemos saber que es posible transformar nuestras ciudades en espacios saludables, sostenibles y resilientes. La capacidad de las ciudades para adaptarse, resistir, asimilar y recuperarse de los efectos de las inundaciones, de la contaminación y del aumento de las temperaturas en un contexto de cambio global es vital para nuestra propia supervivencia.

Los ciudadanos debemos exigir que nuestros representantes y gestores caminen en esta dirección. Este camino incluye la adaptación de las instalaciones ya existentes, la implantación de sistemas urbanos de drenaje sostenible en los nuevos proyectos de urbanismo y el apoyo a la investigación en infraestructuras verdes.

Muchas ciudades, tanto españolas como europeas ya han emprendido con éxito ese camino.


Los alumnos de Mecánica de fluidos y Máquinas Hidráulicas de Ingeniería de Diseño Mecánico Mario Serrano Sandúa y Diego Ilarri Pérez han colaborado en la elaboración de este artículo.


Idoya Lacosta Gavari, Profesora de Mecánica de Fluidos y Máquinas Hidráulicas, Universidad Pública de Navarra

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

Renovables en España: chapeau!

The Conversation
Santiago Galbete Goyena, doctor ingeniero Industrial por la Universidad Pública de Navarra  (UPNA)

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Los españoles no nos caracterizamos por echarnos flores cuando hablamos de nuestro país y todavía nos cuesta más si se trata de compararnos con Europa. Allá en el siglo XX, cursando el programa Erasmus en Francia, curiosamente crecí dos palmos. El primero se debió a que fui de desarrollo tardío y el segundo, porque mis compañeros alemanes, que me duplicaban en volumen, incluido el de la cabeza, me solicitaban que les resolviera sus dudas de Física y Matemáticas. Mis camaradas de la Universidad Zaragoza no me pedían ayuda, tampoco yo a ellos. Se trataba de un sálvese quien pueda, nos reuníamos a estudiar y nos estrujábamos la cabeza para alcanzar unos modestos aprobados. Ahí me quedó, por primera vez claro, que los españoles sabemos hacer cosas bien y nuestro nivel académico no tenía nada que envidiar al del resto de países europeos.

Ahora, y como consecuencia de la cruel situación que se está viviendo en Ucrania, el suministro del gas está en riesgo y la electricidad ha alcanzado un precio que resulta inasumible para las empresas y economías domésticas. El 4 de marzo las tropas rusas atacaban Zaporiyia, la central nuclear más grande de Europa, aunque por fortuna no hubo consecuencias remarcables. Este atentado consiguió hacer despertar el fantasma de Chernóbil. En unos pocos días, las dos principales tecnologías convencionales de generación eléctrica quedaban en entredicho y, en este caso, por motivos no relacionados con el cambio climático; se trata de conceptos mucho más antiguos: garantía de suministro y seguridad física. Ante esta situación tan crítica, los dirigentes de todo el mundo, y en particular los europeos, se dirigieron a la población para hacer pública sus estrategias energéticas. Las altas emisiones de CO² de las centrales de carbón y fuel colocaban a estas tecnologías fuera de la ecuación. Desafortunadamente, a día de hoy, las fuentes de generación eléctrica son sota, caballo y rey. Nuclear, gas, carbón, fuel, sol, agua y viento. Entonces, solo queda un camino: renovables.

Sin entrar a analizar en qué porcentaje, se trató de una estrategia a largo plazo o que hemos sido capaces de acompañar a los astros a lo largo de muchos años para que se alineen. Los españoles hace ya mucho tiempo que tomamos esta senda, y de nuevo me percato que somos capaces de hacer las cosas bien. A finales del siglo XIX, ya se instaló la primera central hidroeléctrica en España. Desde entonces, y a lo largo de la primera mitad del siglo XX, se siguió apostando por esta tecnología, inaugurando al principio de la segunda mitad del siglo XX las mayores centrales hidráulicas (Aldeávila, Villariño, Saucelles…), aportando una importante presencia en nuestro “mix” energético, el 12% en el año 2021, y sus conocidos beneficios: controlable, renovable y una enorme capacidad de almacenamiento. El 7% de la demanda de España puede ser almacenada simultáneamente en los embalses de nuestras centrales hidroeléctricas.

También en la segunda mitad del siglo XX se construyeron en España siete centrales nucleares. Entonces, la necesidad de abastecer la creciente demanda en España eclipsó sus inconvenientes: incapacidad para dar salida a los residuos radioactivos, dependencia del suministro del uranio; originalmente, la minería española aportaba tan solo el 25% de nuestras necesidades. Hoy, ninguna mina de uranio está en activo. Estas centrales son un blanco muy atractivo para los ataques terroristas y finalmente la gran problemática tecnológica para conseguir su “controlabilidad”. La planta finlandesa de Olikuoto, recién inaugurada con 13 años de retraso, diseñada y construida por Areva y Siemens, tuvo que anunciar públicamente su impotencia para dotar a la planta de su proyectada “controlabilidad”. Aunque la contribución de esta tecnología al desarrollo de España es un hecho, hoy su situación ha cambiado de manera substancial.

En paralelo con la construcción de estas centrales nucleares y para poder almacenar su exceso de producción especialmente durante la noche, como consecuencia de la reducción de demanda y de su falta de “controlabilidad”, se ejecutaban el mismo número de centrales hidroeléctricas reversibles, capaces de bombear agua cuando se producía un exceso de energía, para mantenerla almacenada y turbinarla en función de la demanda eléctrica. Resulta paradójico que estas mismas centrales son capaces de resolver el problema de la aleatoriedad del sol y del viento, aunque, a la fecha de su construcción, los parques eólicos y plantas solares se consideraban todavía proyectos futuristas.

Unos pocos años después de inaugurarse las centrales reversibles, empezaban a construirse pequeños parques eólicos experimentales en nuestro país. En el año 2000, había instalado tan solo 1,5 GW y su presencia era testimonial dentro del “mix” energético. Desde entonces, de forma progresiva, salvo un paréntesis del 2012 al 2018, la potencia eólica instalada ha aumentado hasta alcanzar en el año 2021 el 25,7% de la potencia total, superando los 27,7 GW y satisfaciendo el 24% de la demanda eléctrica.

Una vez afianzada la tecnología eólica, comienza a instalarse en España las primeras plantas fotovoltaicas. En este caso, se produjo el boom en el año 2008 gracias a un polémico sistema regulatorio. Tras un año de instalación frenética vino un parón hasta el año 2018. Desde entonces, gracias a su simplicidad tecnológica (es la única que no muestra elementos giratorios) y a su reducido precio de suministro e instalación, se ha mostrado imparable. Tan solo en el último año se han instalado 3 GW. Actualmente, la potencia total instalada es de 14,7 GW, que supone un 13,7% de la potencia total y un 8,3% de la generación eléctrica.

Con todo ello, este año se ha logrado en España un máximo en la contribución renovable del 46%. El año pasado fue del 44%. Teniendo en cuenta estos porcentajes, resulta difícil mostrarse escéptico ante una solución renovable para España. De seguirse este grado de penetración, en tan solo 10 años, dos tercios de nuestra demanda eléctrica estaría satisfecha con energías verdes. El secreto del éxito, en este caso y aunque me cueste decirlo, es, en un alto grado, fruto del azar. España es el único país europeo cuyo nivel de radiación solar y orografía permiten la instalación deseada de plantas fotovoltaicas. Me permito dudar del cuestionado sistema eléctrico francés, basado en energía nuclear, si su nivel de radiación permitiera inundar sus vastas llanuras de paneles fotovoltaicos.

Resulta llamativo que, ahora que España se está acercando a la autonomía eléctrica y el presidente de Tesla sugiere que España se convierta en el generador de energía fotovoltaica para Europa, se plantee reforzar las hasta ahora muy débiles interconexiones de España con Europa. No sé por qué me viene a la cabeza un conocido dicho: por interés te quiero… (André, en francés).

Con todo esto, solo he querido demostrar que nuestro largo y azaroso camino en las renovables es el acertado. Su consecución es, en cierta medida, un regalo de la naturaleza, ya que nos ha obsequiado con un sol que, además de una alegría de vivir y un montón de dinerito fresco que entra a nuestras arcas cada año por el turismo, nutre a todas las plantas fotovoltaicas que lo requieran. E independientemente del motivo, el hecho de reforzar nuestras líneas y estar más interconectados con Europa es, sin duda, una noticia positiva.