Las vivencias de Francisca Burdeos Zamboráin, una mujer soldado que pasó por hombre en el siglo XIX (y II)
Francisca Burdeos Zemboráin, seguramente, fue absuelta de los delitos de los que se le acusaba, pero no regresó con su hermano, tal como se solicitaba. De hecho, más adelante el periódico progresista “La Iberia” (1854) aseguró que había logrado ser presentada en Logroño a Espartero, quien le habría facilitado trasladarse a Madrid, a donde llegó a finales de 1848 para pedir al Gobierno una recompensa por sus servicios. También según esta publicación, ni Narváez ni Bravo Murillo le reconocieron sus servicios cuando fueron ministros, pero Lersundi, “dando más valor a las extraordinarias cualidades de esta mujer”, propició que la reina le concediera 112 reales mensuales.
No he podido recabar más noticias de los años 1849 a 1854, pero, en este último año, los periódicos se ocuparon de nuevo de Francisca, ya que en 1854 combatió contra las tropas de la guarnición de Madrid en las barricadas cercanas a la plaza de Bilbao. La prensa de la época señaló que tenía cerca de 44 años, era “de mediana estatura y lleva siempre el traje varonil”. El final del artículo es buena prueba de que su conducta no despertaba ningún rechazo, sino más bien lo contrario: “Indudablemente merece mucho más la consideración del gobierno una mujer que ha vivido y vive como un hombre esforzado, que muchos hombres que viven como flacas mujeres”.
Pese a valoraciones positivas de la prensa de la época, como la citada, la misma que merecieron algunas heroínas de la guerra de la Independencia (María Ángela Tellería, Susana Claretona y otras), con todo, su heroísmo no debió de ser premiado, más allá de recibir el mencionado subsidio. De hecho, de 1854, considerando que su pensión era insuficiente, pidió el empleo y sueldo de teniente o una pensión equivalente por los méritos que había contraído durante la Primera Guerra Carlista en defensa de la “causa nacional”. Sin embargo, en 1855 el Gobierno se lo denegó.
Algunos periódicos informaron de que, durante tres años, había sido asistente del comandante Francisco López Fabra (Barcelona, 1818-1891). Desgraciadamente, no precisaron los años en que había prestado sus servicios a este militar y gran montañero, al que quizá conoció en la Primera Guerra Carlista, ya que ambos coincidieron en el Segundo Batallón de los Cuerpos Francos de Aragón.
Entre 1851 y 1855, López Fabra recorrió casi todos los países europeos para trazar cartas geográficas, por encargo del Ministerio de la Guerra, y, en los años siguientes, se dedicó a seguir publicando sus trabajos cartográficos, lo que abre la posibilidad de que Francisca Burdeos hubiera estado en el extranjero con él.
Las noticias sobre las vicisitudes de nuestro personaje en los años siguientes se circunscriben prácticamente a que participó en la guerra de África, a pesar de que tenía ya 50 años, y al suceso siguiente. En 1861, vivía en la calle Silva de Madrid, donde pasó por hombre y trabajó como criado de cierta Carmen Caraza. Entonces, acaparó de nuevo la atención de la prensa por ser testigo de primera mano del asesinato de una prima de esa señora a las 9 y media de la noche del 29 de julio de ese año en la calle la Justa. La fallecida, Carlota Pereira (Adra), que estaba separada de su marido, Jerónimo Gener, oficial primero del Gobierno Civil de Almería, fue apuñalada cuando iba con sus dos hijas de 10 y 11 años. Con ellas, iba también Francisca/Benito Burdeos por deseo de su ama, quien temía que aquella fuera atacada por un individuo que hacía días les seguía. Francisca no pudo hacer frente el inesperado ataque del asesino, pero sí contribuyó a detenerlo. Se trataba de un almeriense, combinado con otros cómplices, al que presuntamente habría pagado su marido.
Se abrieron dos sumarios en Madrid y Almería, porque se consideró que el asesinato se había instigado desde esta última ciudad. El juicio fue muy sonado, porque el marido, muy próximo a González Bravo, fue absuelto, en medio de sospechas de favoritismo, y porque intervinieron en el juicio dos conocidos letrados: el expresidente del Gobierno Joaquín Francisco Pacheco y el político tradicionalista valenciano Antonio Aparisi y Guijarro. Los periódicos del momento recogieron puntualmente la causa, que se desarrolló entre 1862 y 1863.
Los antecedentes y las circunstancias del crimen se recogen puntualmente en el libro “Causa célebre: acusación, defensas y sentencia en las causa formada con ocasión del asesinato cometido en la persona de Carlota Pereira en la calle de la Justa, el 29 de Julio de 1861” (Madrid, Redacción y administración de El parte Diario, Imprenta de D. A. Santa Coloma, 1863). En nuestros días, se ha ocupado del asunto en tono literario Bernardo Díaz Nosty, que recoge algunas noticias sobre la actuación de Francisca en este asunto (“El crimen de la calle de la Justa”, ediciones Albia, 1983).
Lo que aquí importa es que nuestra protagonista tuvo que asistir y declarar en el juicio y lo hizo de tal modo que conmovió al público asistente. Y, sobre todo, se suscitó de nuevo la cuestión de su sexo, máxime considerando que en alguna sesión exhibió “sus múltiples condecoraciones de guerra”.
La defensa del acusado alegó que, según una ley de las Partidas, las mujeres vestidas y con maneras de hombre no podían declarar. En este sentido, explicó que, antes de ser autorizada para vestir de hombre, ya lo había hecho, alistándose para luchar en África, y que así había faltado a la verdad manifestándose como hombre sin serlo. Que después de la guerra de África fue a Madrid, donde había engañado a todos, al empadronarse como hombre y dedicándose al servicio doméstico. Terminó insistiendo en que, pese a todas sus cruces y honores, no podía ser testigo. Sin embargo, el fiscal, Ramón Gil Osorio, que había sido subsecretario del Ministerio de Gracia y Justicia, rechazó su pretensión, con el siguiente argumento:
“Esta testigo va vestido de hombre desde que un fusil en la mano defendió en los campos de batalla a la Reina y al país; esta testigo conquistó laureles en el campo de batalla y mereció cruces y mereció también pensión, por alguna de esas cruces que ostenta su pecho; desde entonces viste el traje de hombre para hacer más soportables las fatigas militares; con consentimiento de la autoridad militar se le concedieron esas cruces y con consentimiento de la autoridad civil y de cuantas personas la tratan, continúa aún vistiendo el traje de hombre, sin que su ánimo sea engañar a nadie, sin que tenga proyectos criminales ni inmorales; nada de eso; no está, pues, comprendida en el espíritu de la ley de Partidas”.
En febrero de 1862 y 1863, Benito asistió a las sesiones del juicio, por lo que no parece, aunque no hay descartarlo, que se trate del Benito Burdeos, de 50 años, enfermo, que figura en una relación de colonos llegados de España a la isla de Santo Domingo en el vapor “Ferrol” el 4 de mayo de 1862. Sea como fuere, a partir de estos años, parece que cayó en el olvido.
Esta entrada al blog ha sido elaborada por Ángel García-Sanz Marcotegui, catedrático de Historia Contemporánea del Departamento de Ciencias Humanas y de la Educación e investigador del Instituto I-Communitas (Institute for Advanced Social Research-Instituto de Investigación Social Avanzada) de la Universidad Pública de Navarra (UPNA)