¿Cómo es de grande el sistema solar reduciéndolo a la escala del encierro de Pamplona?

A todos nos cuesta mucho hacernos una idea real de valores numéricos muy alejados de nuestra experiencia cotidiana: billones de euros, cientos de millones de kilómetros, milmillonésimas de metro…

Una forma de irse aproximando a la comprensión de dichos valores extremos (quizá la única) consiste en escalarlos: modificarlos en una proporción determinada, de forma que la versión a escala sí encaje en la experiencia cotidiana. Esta es la idea que hay detrás de este vídeo de la serie “Ciencia en el bar”, protagonizado por Javier Armentia Fructuoso, astrofísico y director del Planetario de Pamplona, y Joaquín Sevilla Moróder, profesor, investigador y responsable de Divulgación del Conocimiento de la Universidad Pública de Navarra (UPNA). En él, los dos divulgadores presentan las dimensiones del sistema solar a una escala más comprensible: la del encierro de Pamplona, que tiene casi 850 metros de longitud.

El sistema solar está formado por un conjunto de cuerpos celestes moviéndose por el espacio bajo la atracción de la gravedad. El objeto más grande y masivo es el Sol.

Así, el Sol estaría en el centro de la Plaza de Toros. Mercurio quedaría a 10 metros; Venus, a 20; la Tierra, a unos 28; y Marte estaría en el borde de la plaza, a 42 metros. Júpiter, en cambio, quedaría fuera del coso taurino: al final de la calle Estafeta, justo, en la curva de Telefónica. Para llegar a Saturno, habría que recorrer la famosa arteria pamplonesa hasta su mitad: donde la Bajada de Javier. Neptuno se situaría al inicio del recorrido del encierro (unos 840 metros más lejos), en los corrales de Santo Domingo.

¿Y la estrella más cercana? Esta sí que está lejos: en Nairobi, la capital de Kenia, en África.

Para más información:

http://www.cienciaenelbar.com/ficha-sistema-solar.html

 

Esta entrada ha sido editada por la Unidad de Cultura Científica (UCC) de la Universidad Pública de Navarra (UPNA)

¿Cómo es la Tierra de grande?

A todos nos cuesta mucho hacernos una idea real de los valores numéricos muy alejados de nuestra experiencia cotidiana: billones de euros, cientos de millones de kilómetros, milmillonésimas de metro… Una forma de irse aproximando a la comprensión de dichos valores extremos (quizá la única) consiste en escalarlos: modificarlos en una proporción determinada de forma que la versión a escala sí caiga en la experiencia cotidiana. Esta es la idea que hay detrás de este vídeo, que parte de las siguientes cuestiones: ¿a qué distancia está la Luna de la Tierra? ¿Cuántas veces cabría la Tierra en el hueco que las separa?… Entre copas y aceitunas, se explica una aproximación al sistema Tierra-Luna.

No es posible dibujar a escala la distancia que separa la Tierra de la Luna en una sola figura y que se aprecie bien todo. Por ello, es muy habitual representar la Tierra y la Luna a escala, pero no la distancia que las separa. Esta se acorta muchísimo. La inmensa mayoría de las figuras que se utilizan para explicar los eclipses adolecen de este problema. Eso hace que, generalmente, tengamos una idea preconcebida falsa de esta distancia. A partir de los datos reales (ver tabla adjunta) se pueden realizar múltiples ejercicios para conseguir una apreciación más realista de las proporciones entre estas distancias y tamaños.

Aparte de la pregunta del vídeo, podemos cuestionarnos cómo queda la cosa si la Tierra fuera un balón de baloncesto (la Luna queda como una pelota de tenis, separada 11 metros), cómo quedarían ambos cuerpos si la distancia de separación fuera un metro, etc.

Enlaces de interés:

  • Interesante vídeo sobre este tema (en inglés, con subtítulos en español).
  • Otro vídeo (en inglés, con subtítulos en español) que comienza igual y luego enfatiza los efectos gravitatorios en la Estación Espacial Internacional.
  • Otro interesante vídeo en el que se pone el acento en que la órbita no es enteramente circular y cómo se conocen con precisión las distancias.
  • La Luna fotografiada día a día durante un año. Montaje de las fotos en 2,5 minutos. Además de las fases, se aprecian muy bien pequeños movimientos que no solemos considerar.
  • Artículo de la Wikipedia sobre la Luna, con mucha información y algunas animaciones muy interesantes.

 

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¿Por qué los atardeceres son rojos y el cielo es azul?

“¿Por qué los atardeceres son rojos y el cielo es azul?”, se pregunta Joaquín Sevilla Moróder, profesor, investigador y responsable de Divulgación del Conocimiento de la Universidad Pública de Navarra (UPNA), en este vídeo de la serie divulgativa “Ciencia en el Bar”. Este experto y Javier Armentia Fructuoso, astrofísico y director del Planetario de Pamplona, aportan una explicación a este fenómeno.

Percibimos la luz procedente del sol como blanca, aunque, en realidad, está formada por múltiples colores que viajan juntos. Hay fenómenos como el arco iris en los que esos colores se dispersan y se pueden percibir individualmente. El aire que nos rodea parece transparente, pero, en realidad, no lo es del todo. Por eso, la luz del sol, al atravesar kilómetros de ese aire, da lugar a colores diferentes al blanco.

Los colores azul (y violeta) rebotan con facilidad en las moléculas de aire. Por ello, se van esparciendo por todo el cielo y llegan a nuestros ojos desde todas las direcciones: eso es lo que hace que veamos azul todo el cielo. Al violeta le ocurre lo mismo. Sin embargo, al ser menos intenso y nuestros ojos menos sensibles a él (se puede comprobar buscándolo en un arco iris), apenas influye.

Por el contrario, los colores rojos y anaranjados atraviesan más cantidad de atmósfera y sufren menos colisiones con las moléculas del aire; es decir, se desvían menos de la línea recta. Cuando el sol está cerca del horizonte y tiene que atravesar más camino de atmósfera hasta llegar a nuestros ojos, los tonos azules se van yendo en todas las direcciones y solo llegan los rojos; de ahí que veamos rojizos los atardeceres.

El efecto es más notable si en el aire hay humedad o partículas en suspensión.

Enlaces de interés

 

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¿Por qué se empañan las gafas?

“¿Por qué se me empañan las gafas, sobre todo, los días que hace frío?” se pregunta Javier Armentia Fructuoso, astrofísico y director del Planetario de Pamplona en este vídeo de la serie divulgativa “Ciencia en el Bar».

La explicación la aporta Joaquín Sevilla Moróder, profesor, investigador y responsable de Divulgación del Conocimiento de la UPNA. Este fenómeno tiene que ver con la humedad y la temperatura.

De la misma forma que se puede disolver azúcar en agua o ColaCao en leche, en el aire se disuelve agua. La facilidad de la disolución depende de la temperatura. En el caso del ColaCao, es evidente que, con la leche caliente, funciona mucho mejor. Del mismo modo, la temperatura del aire afecta a la solubilidad del agua disuelta en él: cuanto más caliente el aire, más agua le cabe disuelta; y cuanto más frío, lógicamente, menos.

Dado que la cantidad total de agua que cabe en el aire es muy variable (debido a la temperatura), normalmente no se mide en términos absolutos sino que hablamos de la “humedad relativa del aire” (HR), que es el porcentaje que realmente hay de toda la que cabría.

Cuando una porción de aire con una determinada HR se enfría, sin que cambie la cantidad de agua que tiene, su HR aumenta (porque disminuye la cantidad total que cabe). En el caso de que llegue al 100%, ya no cabe más agua y esta abandona la disolución (se “desdisuelve” o, más técnicamente, “precipita”) en forma de minúsculas gotas de agua. Esas gotas son las que forman el vaho (o la niebla) en el aire o el empañamiento de superficies.

La precipitación del exceso de agua no se puede evitar, es un efecto físico. Lo que sí se podría conseguir con tecnología adecuada es que esas gotas no se adhieran a superficies. Esas superficies tecnológicas se llaman hidrófobas (o superhidrófobas). Se consiguen produciendo en la superficie rugosidades a escala nanométrica, el mismo efecto que consiguen las hojas de loto o nenúfares (mediante microfilamentos) y que hace que el agua resbale sobre ellas sin mojarlas.

Más información:

Sobre superficies hidrófobas:

 

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