La avicultura española ha experimentado un enorme progreso durante este último siglo, situándose actualmente a la cabeza de Europa, tanto en la producción de huevos de gallina (es la 3.ª potencia, tras Alemania y Francia) como en la de carne de pollo (la 4.ª después de Polonia, Reino Unido y Alemania).
Si bien es verdad que han sido muchos los factores que han contribuido a esta privilegiada situación (las estirpes utilizadas, las materias primas y las raciones formuladas, las modernas instalaciones, las estructuras organizativas del sector, la mentalidad empresarial de los avicultores…), estimo que es justo destacar que tanto el estado sanitario de las aves como la calidad higiénico-sanitaria de la carne y de los huevos obtenidos, cuya responsabilidad recae fundamentalmente en los veterinarios, han sido una de las piedras angulares de este éxito.
Entre las actuaciones profesionales de los veterinarios españoles, quiero recordar dos de las más destacables.
La primera se remonta a 1947 cuando una desconocida epizootia empezó a diezmar la cabaña avícola española, como nunca antes había ocurrido. De un censo aproximado de treinta millones de gallinas, la que se denominó “peste aviar”, posteriormente confirmada como enfermedad de Newcastle, causó más de diez millones de bajas. Imagínense la desesperación de los avicultores españoles. Fueron dos veterinarios del Cuerpo Nacional, Salvador Martín Lomeña y Juan Talavera Boto, adscritos al Instituto de Biología Animal, los que en 1948, en un tiempo record de seis meses, consiguieron obtener una vacuna capaz de inmunizar las aves y atajar de esta forma la enfermedad.
Reconocidos los dos veterinarios con la Encomienda de la Orden Civil del Mérito Agrícola, el agradecimiento de los avicultores españoles no se hizo esperar y, a través de una suscripción popular promovida por la revista “Valencia Avícola”, fueron los avicultores quienes costearon las insignias del reconocimiento. ¡Meritorio gesto el suyo!
La segunda actuación veterinaria (esta mucho más reciente) tiene a la influenza aviar de alta patogenicidad como protagonista. Después de la conmoción que supuso, hace algo más de diez años, la irrupción masiva en los medios de esta enfermedad y la posibilidad de que pudiera dar lugar a una pandemia en la especie humana, fue en 2017 cuando se detectó el primer foco importante de la enfermedad en nuestro país. El programa de vigilancia y prevención que había establecido ya en 2003 el Ministerio de Agricultura, junto con la labor coordinada del Laboratorio Central Veterinario de Algete, el Centro de Sanidad Avícola de Reus y el Centro de Investigación en Sanidad Animal de Barcelona, todos ellos con destacados veterinarios y veterinarias en sus equipos, consiguieron, con un rápido diagnóstico y unas eficaces medidas de control, que únicamente fueran diez las granjas afectadas por este brote y que España pudiera recuperar para principios de junio de ese mismo año el estatus de país libre de influenza aviar. ¡Todo un éxito, nuevamente!
En definitiva, se puede concluir que, para alcanzar el enorme desarrollo que manifiesta actualmente la avicultura española, ha sido clave la actuación de los veterinarios españoles, quienes han sabido garantizar en todo momento un óptimo nivel sanitario de la cabaña aviar y, ante situaciones adversas como fue la irrupción de la “peste aviar” o más recientemente la influenza aviar, han demostrado un nivel de preparación, planificación y ejecución de medidas a todas luces encomiable.
Este post ha sido realizado por José Antonio Mendizabal Aizpuru, profesor del Departamento de Producción Agraria de la Universidad Pública de Navarra (UPNA), donde también es subdirector del Instituto de Innovación y Sostenibilidad de la Cadena Alimentaria (IS-FOOD)