Ciudades accesibles y comprensibles, además de inteligentes

Llegas conduciendo a una ciudad desconocida. Con el navegador del teléfono, apareces fácilmente cerca del lugar al que tenías que ir. Das un par de vueltas y, afortunadamente, encuentras un lugar para aparcar en la calle. ¡Bien! Te fijas en el color del que están pintadas las zonas de aparcamiento y buscas el punto en el que hacerte con un tique de aparcamiento. A partir de ahí, las cosas dejan de ser tan sencillas. ¿Qué significa la zona naranja en esa ciudad? ¿Cuál es la tarifa en esta zona a estas horas? ¿Cómo se opera este aparato? Esas preguntas no son nada evidentes. Al día siguiente, decides ir en transporte público. ¿Cuál es el tipo de abono más conveniente para el tiempo que voy a estar? ¿Dónde se compran ese tipo de billetes? ¿Se puede pagar con tarjeta?

Para interaccionar con el entorno, hace falta información, un conocimiento que, en ocasiones, se obtiene de forma muy natural, pero en otras muchas, no tanto. Al estudio de esta cuestión, se le denomina “accesibilidad cognitiva”. Cuando pensamos en accesibilidad, normalmente no se incluye este aspecto. Parece que la accesibilidad se limita a disponer de rampas para que se pueda llegar a los sitios en silla de ruedas y, como mucho, alguna rotulación en Braille. Sin embargo, hay que pensar que todas las personas deberían ser capaces de interaccionar con el entorno de forma completa, hasta culminar la tarea de que se trate en cada caso.

Según Cristina Larraz, entendemos la accesibilidad cognitiva como el derecho a comprender la información que nos proporciona el entorno, a dominar la comunicación que mantenemos con él y a poder hacer con facilidad las actividades que en él se llevan a cabo sin discriminación por razones de edad, de idioma, de estado emocional o de capacidades cognitivas.

Las ciudades constituyen un hábitat especialmente proclive a generar problemas de accesibilidad cognitiva. Hay muchas actividades, muchos procedimientos, en ocasiones prolijos, con los que regular esas actividades comunes. No es raro que los responsables de todo ello no perciban la dificultad de comprensión que se genera. A fin de cuentas, ellos le dedican muchas horas a esas cosas y se las saben bien, pero un usuario casual de uno de esos servicios pude llegar a desesperarse. Seguro que a todos nos ha pasado más de una vez. Lo que ocurre es que tendemos a pensar que somos nosotros los que andamos “espesos” y no que el sistema está mal diseñado.

Trafic light tree. Escultura, instalada en Londres, del artista Pierre                        Vivant (foto de Diamond Greezer).

Aunque no sea un dispositivo real, ilustra muy bien la confusión que puede generar la yuxtaposición de demasiados elementos informativos; una ilustración magnífica de la ausencia de accesibilidad cognitiva.

También hay actuaciones excelentes desde el punto de vista de la accesibilidad cognitiva. Un ejemplo paradigmático son las instrucciones de montaje de los muebles de Ikea. Estas piezas de información consiguen transmitir la serie de instrucciones necesaria para realizar operaciones (a veces, de bastante complejidad) a personas enormemente variadas en cualquier lugar del mundo. Evitando lenguajes y símbolos con contextualizaciones culturales importantes, así como analizando muy bien el contenido que quieren comunicar, consiguen ese nivel tan alto de comprensión.

En resumen, las ciudades del futuro, como parte de su inteligencia, han de incorporar de manera natural la accesibilidad, en general, y la accesibilidad cognitiva ,en particular. Cualquier objeto o servicio al que se accede mal o no se comprende, difícilmente se le podrá calificar de inteligente.

 

Esta entrada al blog ha sido elaborada por Joaquín Sevilla Moróder, responsable de la Cátedra de Divulgación del Conocimiento y Cultura Científica, profesor titular del Departamento de Ingeniería Eléctrica, Electrónica y de Comunicación e investigador del Instituto de Smart Cities (ISC) de la Universidad Pública de Navarra (UPNA)

¿Por qué parece tan grande la plaza del Ayuntamiento de Pamplona?

Todo visitante de Pamplona fuera de las fiestas de San Fermín suele hacer el mismo comentario: “¡Qué pequeña es la plaza del Ayuntamiento!”. Entonces, ¿por qué parece tan grande cuando la vemos por la tele el día del Chupinazo?

Se trata de un “truco” de la percepción. Cuando recibimos información del mundo a través de nuestros sentidos, no nos comportamos como una cámara de vídeo que se limita a registrar lo que ocurre. Las personas construimos la percepción y, en ese proceso de construcción, incorporamos multitud de informaciones diferentes. En general, somos mucho mejores apreciando diferencias que valores absolutos. Millones de años de evolución han ido seleccionando la capacidad de decidir qué fruta está más madura, qué animal es más grande o qué planta es más alta, mientras que no importaba el valor preciso de esa altura, peso o color.

En la percepción del tamaño de un objeto, nos vemos influidos por el contexto. Un ejemplo clásico es la ilusión de Ebbinghaus Titchener, descrita a finales del siglo XIX.

En ella, un círculo del mismo tamaño objetivo lo percibimos mayor cuando está rodeado de círculos pequeños que cuando lo está de otras mucho mayores.

En este vídeo de la serie “Ciencia en el bar”, protagonizado por Javier Armentia Fructuoso, astrofísico y director del Planetario de Pamplona, y Joaquín Sevilla Moróder, profesor, investigador y responsable de Divulgación del Conocimiento de la Universidad Pública de Navarra (UPNA), se pretende mostrar este efecto en el caso de la plaza que acoge el Chupinazo que da comienzo a los Sanfermines.

En él, los dos divulgadores explican que dicha sensación es un fenómeno que se debe a la percepción integrada o global que el ser humano tiene de los espacios y de los elementos contenidos en ellos. En el caso de la Plaza del Ayuntamiento de Pamplona, tenemos una especie de ilusión de Ebbinghaus al revés: en vez de ser el continente el que condiciona la percepción del contenido, es lo que hay dentro (una muchedumbre) lo que influye en la percepción del recinto, que lo presuponemos mucho más grande para alojar a tanta gente. Y es que los “trucos” de la percepción no sólo ocurren en situaciones de laboratorio diseñadas para engañar; ocurren en la vida cotidiana.

 

Esta entrada ha sido editada por Joaquín Sevilla Moróder,  responsable de Divulgación del Conocimiento de la Universidad Pública de Navarra (UPNA)

 

¿Cómo es de grande el sistema solar reduciéndolo a la escala del encierro de Pamplona?

A todos nos cuesta mucho hacernos una idea real de valores numéricos muy alejados de nuestra experiencia cotidiana: billones de euros, cientos de millones de kilómetros, milmillonésimas de metro…

Una forma de irse aproximando a la comprensión de dichos valores extremos (quizá la única) consiste en escalarlos: modificarlos en una proporción determinada, de forma que la versión a escala sí encaje en la experiencia cotidiana. Esta es la idea que hay detrás de este vídeo de la serie “Ciencia en el bar”, protagonizado por Javier Armentia Fructuoso, astrofísico y director del Planetario de Pamplona, y Joaquín Sevilla Moróder, profesor, investigador y responsable de Divulgación del Conocimiento de la Universidad Pública de Navarra (UPNA). En él, los dos divulgadores presentan las dimensiones del sistema solar a una escala más comprensible: la del encierro de Pamplona, que tiene casi 850 metros de longitud.

El sistema solar está formado por un conjunto de cuerpos celestes moviéndose por el espacio bajo la atracción de la gravedad. El objeto más grande y masivo es el Sol.

Así, el Sol estaría en el centro de la Plaza de Toros. Mercurio quedaría a 10 metros; Venus, a 20; la Tierra, a unos 28; y Marte estaría en el borde de la plaza, a 42 metros. Júpiter, en cambio, quedaría fuera del coso taurino: al final de la calle Estafeta, justo, en la curva de Telefónica. Para llegar a Saturno, habría que recorrer la famosa arteria pamplonesa hasta su mitad: donde la Bajada de Javier. Neptuno se situaría al inicio del recorrido del encierro (unos 840 metros más lejos), en los corrales de Santo Domingo.

¿Y la estrella más cercana? Esta sí que está lejos: en Nairobi, la capital de Kenia, en África.

Para más información:

http://www.cienciaenelbar.com/ficha-sistema-solar.html

 

Esta entrada ha sido editada por la Unidad de Cultura Científica (UCC) de la Universidad Pública de Navarra (UPNA)

¿Cómo es la Tierra de grande?

A todos nos cuesta mucho hacernos una idea real de los valores numéricos muy alejados de nuestra experiencia cotidiana: billones de euros, cientos de millones de kilómetros, milmillonésimas de metro… Una forma de irse aproximando a la comprensión de dichos valores extremos (quizá la única) consiste en escalarlos: modificarlos en una proporción determinada de forma que la versión a escala sí caiga en la experiencia cotidiana. Esta es la idea que hay detrás de este vídeo, que parte de las siguientes cuestiones: ¿a qué distancia está la Luna de la Tierra? ¿Cuántas veces cabría la Tierra en el hueco que las separa?… Entre copas y aceitunas, se explica una aproximación al sistema Tierra-Luna.

No es posible dibujar a escala la distancia que separa la Tierra de la Luna en una sola figura y que se aprecie bien todo. Por ello, es muy habitual representar la Tierra y la Luna a escala, pero no la distancia que las separa. Esta se acorta muchísimo. La inmensa mayoría de las figuras que se utilizan para explicar los eclipses adolecen de este problema. Eso hace que, generalmente, tengamos una idea preconcebida falsa de esta distancia. A partir de los datos reales (ver tabla adjunta) se pueden realizar múltiples ejercicios para conseguir una apreciación más realista de las proporciones entre estas distancias y tamaños.

Aparte de la pregunta del vídeo, podemos cuestionarnos cómo queda la cosa si la Tierra fuera un balón de baloncesto (la Luna queda como una pelota de tenis, separada 11 metros), cómo quedarían ambos cuerpos si la distancia de separación fuera un metro, etc.

Enlaces de interés:

  • Interesante vídeo sobre este tema (en inglés, con subtítulos en español).
  • Otro vídeo (en inglés, con subtítulos en español) que comienza igual y luego enfatiza los efectos gravitatorios en la Estación Espacial Internacional.
  • Otro interesante vídeo en el que se pone el acento en que la órbita no es enteramente circular y cómo se conocen con precisión las distancias.
  • La Luna fotografiada día a día durante un año. Montaje de las fotos en 2,5 minutos. Además de las fases, se aprecian muy bien pequeños movimientos que no solemos considerar.
  • Artículo de la Wikipedia sobre la Luna, con mucha información y algunas animaciones muy interesantes.

 

Este post ha sido editado por la Unidad de Cultura Científica (UCC) de la Universidad Pública de Navarra

¿Por qué los atardeceres son rojos y el cielo es azul?

“¿Por qué los atardeceres son rojos y el cielo es azul?”, se pregunta Joaquín Sevilla Moróder, profesor, investigador y responsable de Divulgación del Conocimiento de la Universidad Pública de Navarra (UPNA), en este vídeo de la serie divulgativa “Ciencia en el Bar”. Este experto y Javier Armentia Fructuoso, astrofísico y director del Planetario de Pamplona, aportan una explicación a este fenómeno.

Percibimos la luz procedente del sol como blanca, aunque, en realidad, está formada por múltiples colores que viajan juntos. Hay fenómenos como el arco iris en los que esos colores se dispersan y se pueden percibir individualmente. El aire que nos rodea parece transparente, pero, en realidad, no lo es del todo. Por eso, la luz del sol, al atravesar kilómetros de ese aire, da lugar a colores diferentes al blanco.

Los colores azul (y violeta) rebotan con facilidad en las moléculas de aire. Por ello, se van esparciendo por todo el cielo y llegan a nuestros ojos desde todas las direcciones: eso es lo que hace que veamos azul todo el cielo. Al violeta le ocurre lo mismo. Sin embargo, al ser menos intenso y nuestros ojos menos sensibles a él (se puede comprobar buscándolo en un arco iris), apenas influye.

Por el contrario, los colores rojos y anaranjados atraviesan más cantidad de atmósfera y sufren menos colisiones con las moléculas del aire; es decir, se desvían menos de la línea recta. Cuando el sol está cerca del horizonte y tiene que atravesar más camino de atmósfera hasta llegar a nuestros ojos, los tonos azules se van yendo en todas las direcciones y solo llegan los rojos; de ahí que veamos rojizos los atardeceres.

El efecto es más notable si en el aire hay humedad o partículas en suspensión.

Enlaces de interés

 

Este post ha sido editado por la Unidad de Cultura Científica (UCC) de la Universidad Pública de Navarra

La divulgación del conocimiento y los derechos humanos

Esto de los derechos humanos en ocasiones suena a buenismo de los años 60, a brindis al sol. Sin embargo, en mi opinión, se trata de uno de los mayores logros de la humanidad. La idea de ir estableciendo unos mínimos para la especie humana en todo el planeta es, sencillamente, maravillosa.

Dentro de la estructura de los tratados internacionales que conforman esos derechos humanos (que arranca formalmente con la Declaración Universal de 1948), en 1966 se aprobaron dos pactos internacionales; uno de ellos, el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, que se adopta como legislación española (ver BOE de 1977).

En el artículo 15 de dicho pacto, se puede leer :
(Apartado 1) «Los Estados (…) reconocen el derecho de toda persona a gozar de los beneficios del progreso científico»

(Apartado 2) «Los Estados deberán asegurar (…) la difusión de la ciencia y de la cultura»

Art. 15 del Pacto
Art. 15 del Pacto

Es lógico que, en una sociedad cada vez más basada en la ciencia y la tecnología, el disfrute de esos avances sea cosa de todos. También lo es que, para tomar decisiones democráticas en esa sociedad, la ciudadanía necesite un razonable entendimiento de las cuestiones sobre las que habrá de decidir. Pero que esa lógica se vea plasmada en textos legales internacionales es especialmente importante: que haya divulgación no es cuestión de convicciones más o menos fundadas sino de un mandato legal.

La existencia del artículo 15 del pacto la descubrí en la charla de la genial Natalia Ruiz Zelmanovitch (VER AQUI) en Naukas16. Ya en 2013 publicaba Javier Salas en «Materia» «El acceso a la ciencia y sus beneficios, un derecho humano olvidado«.

 

 

Este post ha sido realizado por Joaquín Sevilla

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